Genealogía
Onomástica / apellidos
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Introducción
La Real Academia Española define apellido en una primera acepción, como nombre de familia con que se distinguen las personas; como Córdoba, Fernández, Guzmán. En una segunda acepción como sobrenombre, o mote.
Formación de los apellidos hereditarios
La función del apellido no es sino la de servir de complemento al nombre de pila para evitar confusiones. En origen, los apodos u otro tipo de denominaciones hacían el papel de apellido, con distintivos tales como «Pedro el hijo de Antonio», «Juan el del Puente», «Luis el Zapatero», etc. Es evidente que la repetición de los nombres de pila hizo necesario el uso de un segundo nombre para distinguir a individuos con el mismo nombre de bautismo.
Probablemente, uno de los recursos más antiguos haya sido el uso de algún apodo o mote además del nombre de nacimiento. Es interesante observar cómo, sobre todo en las zonas rurales, todavía está muy arraigada la costumbre de llamar a una persona mediante un apodo, y es significativo comprobar cómo éstos se heredan.
Esta costumbre nos ayuda a entender mejor cómo se hicieron hereditarios los segundos nombres o apellidos.
La fijación de los apellidos empieza con la difusión del uso de documentación legal y notarial a partir de la Edad Media. Los notarios y escribanos medievales empezaron a tomar la costumbre de hacer constar, junto al nombre de pila de los interesados, el nombre de su padre, su apodo o sobrenombre, profesión, título o procedencia. En un principio sólo hallamos documentados los casos de cargos eclesiásticos o de personajes de la alta sociedad; posteriormente, el uso de documentos notariales o parroquiales se extiende al resto de la población, lo que terminará reforzando el uso de un distintivo que, añadido al nombre de pila, acabará por convertirse en lo que hoy es el apellido hereditario.
Es probable que el uso del apellido empezara a extenderse a partir de los siglos XI o XII, cuando el constante empobrecimiento de la onomástica hizo preciso el uso de un segundo nombre. En la Edad Media, al igual que ocurre todavía hoy en día, los nombres de pila o de bautismo respondían a modas y a la necesidad de imitar los nombres de las clases dominantes, de personajes famosos o de santos muy venerados (razón ésta muy importante en la Edad Media), lo cual terminó reduciendo el abanico de nombres escogidos para el recién nacido.
En los reinos de Navarra, León y Castilla, empezó a ser costumbre añadir al nombre del hijo el del padre más el sufijo «-ez», que venía a significar «hijo de»; por ejemplo, Pedro Sánchez quería decir «Pedro hijo de Sancho». Esta costumbre debió limitarse en principio a familias de la alta sociedad, pero sin duda posteriormente se hizo extensible, por imitación, a estratos más populares, como se deduce del hecho de que los apellidos en «-ez» sean en la actualidad los más abundantes en España. Pero no todo el mundo usó este patronímico; otros usaron simplemente el nombre del padre en su forma regular, como se ve en apellidos como Nicolás, Bernabé o Manuel, a veces anteponiendo la preposición «de» para marcar filiación y también para distinguir el nombre de pila del nombre patronímico. Pero hubo otras maneras de formar el segundo nombre o apellido, como la de añadir el lugar de origen o residencia del individuo, su oficio o cargo, un apodo, etc., como se verá más adelante.
Parece que es entre los siglos XIII y XV cuando empieza a extenderse a todos los estratos sociales la costumbre de hacer hereditario el segundo nombre, la que hoy llamamos apellido; no cabe duda de que una familia propietaria o arrendataria de unas tierras, por pequeñas que fueran, tenía interés, sobre todo de cara a la documentación legal y notarial, en hacer constar un nombre hereditario como nombre de familia ligado a la posesión sucesoria. Por otro lado, sabemos que en la Edad Media las profesiones solían ser hereditarias, sobre todo en las poderosas asociaciones gremiales; de esta forma, era fácil que en los documentos notariales, comerciales o parroquiales el oficio del individuo quedara adherido al nombre; así, un Pedro zapatero (es decir: Pedro, de oficio zapatero) le transmitía a su descendencia la profesión, terminando por convertirse el nombre de la misma en un apellido hereditario, y si las personas del pueblo heredaban las profesiones, los nobles heredaban sus títulos, y un Andrés hidalgo o un Javier caballero (es decir, con títulos de hidalgo y de caballero, respectivamente), tendrían que transmitirles esos mismos títulos a sus hijos, que terminarían por apellidarse Hidalgo o Caballero. De todos modos, en la Edad Media la adopción de nombres y apellidos era un acto completamente voluntario, y sorprende observar en la documentación medieval que los cristianos podían llevar segundos nombres musulmanes o judíos, y viceversa, e incluso los sacerdotes podían ostentar, sin que esto supusiera ningún problema, apellidos islámicos. Había, pues, libertad casi absoluta en la adopción del apellido, pudiéndose elegir, entre los de los ascendientes, los apellidos que más gustaban por parecer más bonitos o respetables, por motivos de afecto hacia tal o cual familiar, etc. Es evidente que, a lo largo de tantos siglos durante los que el uso del nombre no estuvo sujeto a ninguna regla precisa, se produjeron multitud de formas y variantes, procedentes del gusto o la fantasía de las personas, del criterio ortográfico de cada notario y escribano, del uso lingüístico y acento de cada localidad, etc.
En el siglo XV ya se hallan más o menos consolidados los apellidos hereditarios, ello gracias, en parte, a la obligatoriedad (por iniciativa de Cisneros) de hacer constar en los libros parroquiales los nacimientos y las defunciones. De todas formas, conviene saber que, sobre todo en las zonas rurales y entre la gente más humilde, la norma actual del apellido paterno hereditario no se fija definitivamente hasta el siglo XIX, en el que la burocracia estatal empieza a hacer obligatorias las leyes onomásticas. En 1870 surge en España el Registro Civil, que es donde se reglamenta el uso y carácter hereditario del apellido paterno y donde queda fijada la grafía del apellido, salvo errores de los funcionarios.
ESCRIBANO
DOCUMENTOS NOTARIALES O PARROQUIALES
CARDENAL CISNEROS
CREACIÓN DE LOS APELLIDOS
Los sobrenombres que sirvieron para formar los actuales apellidos se pueden clasificar fundamentalmente en 6 categorías:
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1º) Apellidos patronímicos
El apellido procedente del nombre del padre es, con diferencia, el caso más frecuente; de hecho, los abundantes y españolísimos apellidos terminados en «-ez», como Sánchez, Gutiérrez, etc., no son sino apellidos procedentes del nombre del padre (respectivamente, de Sancho y Gutier o Gutierre).
2º) Apellidos toponímicos
Los nombres que designan lugar de origen o de residencia son muy variados y van desde el nombre de un país o región hasta el de un riachuelo, una pequeña propiedad o una construcción. Así las cosas, hablamos de apellidos procedentes de «topónimos menores», es decir, de nombres de fincas rurales, partidas, montes, barrancos, etc., y de apellidos surgidos de «topónimos mayores», esto es, de nombres de núcleos de población, comarcas, regiones, países, grandes ríos, etc. No hay duda de que los apellidos formados desde topónimos menores, es decir, nombres como De la Fuente, Del Río, etc., fueron usados en un principio entre los habitantes de una misma localidad o municipio donde sólo existía una fuente, o un río.
También los nombres de las partidas rurales dependientes de un mismo pueblo o aldea servían para dar apellidos; de ahí vienen muchos apellidos alusivos a vegetales, como Del Pino, Castaño, etc., porque el individuo en cuestión residía en la partida de nombre El Pino, El Castaño, etc. También de nombres de partidas, y no necesariamente de apodos, proceden muchos zoónimos, como Buey o Caballo, porque los individuos en cuestión residían en la partida o lugar de nombre El Buey, El Caballo, etc. Asimismo, de nombres de partidas proceden los apellidos alusivos a edificios y construcciones (Corral, Cabaña, etc.). En un mismo pueblo, el lugar donde estaba ubicada la casa de un individuo servía para dar apellido, como se desprende de documentos medievales donde aparecen «apellidos» como Antonio del callizo, Juan de la plaza, etc. También servía para formar apellidos el lugar de residencia aludido en función de su situación relativa, como de allende, de arriba, de abajo, etc.; y así, un Pedro de allende el río terminaba siendo Pedro Allende, o un Juan de arriba la puente se quedaba como Juan Arriba. En lo que concierne a los apellidos formados desde topónimos mayores, es decir, a partir de nombres de ciudades o pueblos, éstos ya implicaban un hecho migratorio. Es significativo descubrir la procedencia de quienes repoblaron zonas reconquistadas a los árabes a partir de la antroponimia. Por ejemplo, son frecuentes en la zona de Madrid, Castilla-La Mancha y Andalucía los apellidos procedentes de poblaciones castellano-leonesas, así como en Valencia lo son los apellidos que proceden de poblaciones catalanas y aragonesas, pues sabemos que, tras la conquista de Valencia por Jaime I de Aragón, fueron gentes originarias de Cataluña y Aragón las que repoblaron la mayor parte de la actual Comunidad Valenciana. También es significativa la gran cantidad de apellidos catalanes castellanizados en la zona murciana, que ponen de manifiesto la importante repoblación que los catalanes llevaron a cabo en el reino de Murcia. En ello se demuestra que a los colonos que tomaban posesión de las nuevas tierras, el escribano los matriculaba utilizando como apellidos las poblaciones de donde provenían. Un porcentaje muy alto de los apellidos actualmente existentes en España proceden de nombres de poblaciones, lo que implica una intensa actividad migratoria en tiempos medievales. Establecer una clasificación más o menos completa de topónimos formantes de apellidos sería muy complejo, no obstante, podemos hacer la siguiente clasificación:
a) Apellidos procedentes de gentilicios, nombres de países, regiones, ciudades o pueblos: España, Francés, Catalán, Aragón, Aragonés, Almagro, etc.
b) Apellidos procedentes de nombres comunes de núcleos de población: Aldea, Barrio, Villa, etc.
c) Apellidos procedentes de nombres comunes de edificios y construcciones varias: Torres, Castillo, Corral, Puente, Iglesia, Cabaña, etc.
d) Apellidos procedentes de nombres de accidentes hidrográficos: Ebro, Segura, Río, Torrente, Ribera, Fuentes, etc.
e) Apellidos procedentes de nombres comunes referentes al relieve y composición del terreno: Sierra, Monte, Valle, Cueva, Peña, Roca, etc.
f) Apellidos procedentes de nombres referentes a la vegetación: Encina, Perales, Manzano, Fresneda, etc.
PITÁGORAS
THALES DE MILETO
HOMBRE VAREANDO UNA ENCINA
CIUDAD
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3º) Apellidos procedentes de oficios, cargos o títulos
El Concilio de Trento (1545-1563) implantó definitivamente los decretos de los tres concilios lateranenses y determinó la prohibición de admitir en el seno de la Iglesia a hombres casados. Todo ello indica que, los linajes alusivos a cargos eclesiásticos debieron de originarse a partir de apodos referentes a hijos ilegítimos de sacerdotes.
En cuanto a los apellidos procedentes de títulos nobiliarios como duque, conde, o rey, no deben hacemos pensar necesariamente en una relación con individuos que ostentasen tales títulos o cargos; lo más probable es que, en la mayoría de los casos, se tratara de motes o apodos. En efecto, si una persona era arrogante, altiva, etc., se le apodaba rey, conde, etc., motes que todavía hoy se aplican. También se podía apodar así a una persona que servía en la corte del rey o en casa de un conde, así como a alguien que tuviera algún parecido físico con el rey o el señor local. Lo cierto es que pudieron existir muchas otras causas surgidas de la imaginación popular, pero en pocos casos debemos pensar que esos nombres se debieran a hijos ilegítimos de reyes o duques.
Podemos distinguir seis categorías de apellidos procedentes de profesiones o cargos:
a) Cargos eclesiásticos: Abad, Cardenal, Monje, Sacristán, etc.
b) Títulos nobiliarios: Rey, Conde, Duque, Hidalgo, etc.
c) Cargos u ocupaciones relacionados con el ejército o el funcionariado: Alférez, Bayle, Alcalde, Alguacil, Escribano, Jurado, etc.
d) Oficios diversos relacionados con la artesanía y el comercio: Herrero, Molinero, Zapatero, Sastre, etc.
e) Oficios derivados de la agricultura, la ganadería, la pesca, etc.; Labrador, Pastor, Vaquero, Pescador, etc.
f) Oficios y ocupaciones diversas: Caminero, Criado, etc.
4º) Apellidos procedentes de apodos
Los apodos se pueden clasificar de la siguiente manera:
a) Apodos referentes a características físicas: Bajo, Gordo, Rubio, Calvo, Cano, etc.
b) Apodos referentes a características morales: Alegre, Bueno, Salado, etc.
c) Apodos referentes a animales: Borrego, Buey, Conejo, Vaca, etc. Estos apodos pueden tener muy variadas causas, como que el individuo criara, cazara o vendiera tal animal, o por la semejanza física del individuo con éste, por comparación de sus aptitudes, defectos u otras características, por alguna anécdota relacionada con el animal, etc.
d) Apodos referentes a plantas: Cebolla, Oliva, Trigo, etc. Por lo general estos apodos designaban al individuo que cultivaba o vendía tal planta, pero también pudieron tener variadas motivaciones, como la comparación de rasgos físicos del individuo con determinada planta, o alguna anécdota relacionada con dicha planta, aunque también, en muchos casos, tales apellidos proceden simplemente de topónimos.
e) Apellidos referentes a lazos de parentesco, edad, estado civil, etc.: Casado, Joven, Mayor, Nieto, Sobrino, Viejo, etc.
f) En una última categoría entran todos los demás apodos que se puedan imaginar referentes a anécdotas o circunstancias relacionadas con la vida del individuo: Botella, Capote, Tocino, Porras, etc. En muchos casos ocurrió que el nombre del objeto se aplicó por elipsis al que lo fabricaba; de ahí proceden apellidos como Cuerda, Cadenas, etc.
REY CON BÁCULO
GANADERO
MÚSICOS MEDIEVALES
ARTESANAS HILANDERAS
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5º) Apellidos procedentes de aplicaciones onomásticas varias, consagraciones, bendiciones, augurios para con el recién nacido o hechos relativos al nacimiento
a) Apellidos procedentes de nombres de bautismo de carácter afectivo o elogioso, relativos a consagraciones a Dios, bendiciones, buenos augurios, etc. Hasta que el Concilio de Trento (siglo XVI) hizo obligatorio bautizar a los niños con nombres extraídos del santoral católico, las gentes del medievo utilizaban aplicaciones onomásticas diversas, de carácter elogioso, como Lozano, Valiente, o de carácter afectivo, como Tierno, Bueno, Bello, etc.; también era muy frecuente aplicar como nombre de nacimiento fórmulas natalicias de buen augurio, como Buendía, Alegre, y nombres alusivos a consagraciones a Dios o a hechos y fiestas de la liturgia católica, como Diosdado, De Jesús, De Dios, etc.
b) Apellidos referentes a circunstancias del nacimiento, a la ilegitimidad del nacimiento o a la paternidad desconocida, etc.: Bastardo, Expósito, Temprano, Tirado, etc.
c) Apellidos referentes al mes de nacimiento: Enero, Febrero, Marzo, Abril, Mayo, etc. Carece de fundamento la afirmación de algunos acerca de que eran nombres impuestos a los expósitos en función del mes del año en que se les encontraba; también se ha dicho, sin mayor fundamento, que eran de expósitos los apellidos hagionímicos como Sanjuan o Santamaría, o los apellidos nombres de bautismo como Pedro o Nicolás.
6º) Apellidos de origen incierto o desconocido
HISTORIA DE LOS APELLIDOS
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1º) Nombres prerromanos
En cuanto a la gente del pueblo, a pesar de su paulatina romanización, sin duda conservó en muchos casos sus nombres iberos o celtas. Sólo así se explica que algunos nombres prerromanos hayan sobrevivido hasta hoy, como Pacheco, García, Velasco, etc.
2º) Nombres romanos
Con la Romanización de Hispania, este sistema, como ya hemos dicho, no tardó en propagarse entre los indígenas, que en muchos casos adoptaron nombres romanos. En cualquier caso, conviene saber que esta práctica onomástica romana de los tres o cuatro nombres sólo se usaba entre la aristocracia, pues en la misma Roma los plebeyos sólo ostentaban un nombre de nacimiento o un apodo.
3º) Nombres judeo-cristianos
4º) Nombres germánicos
ADRIANO
PUBLIO CORNELIO ESCIPIÓN, EL AFRICANO
LOS APÓSTOLES
RODRIGO DÍAZ DE VIVAR, EL CID
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5º) Nombres judíos
Entonces nos preguntaremos: ¿acaso en las ciudades españolas de la Edad Media los cristianos no trabajaban? ¿Acaso no hubo sastres y alfareros entre los cristianos? ¿De qué vivían los cristianos? ¿Es que eran todos nobles y ricos? No nos engañemos. La formación de apellidos a partir de nombres de oficios ha sido un procedimiento común y extendido en todos los países europeos y no estuvo necesariamente relacionado con el judaísmo. Por otra parte, incluso se ha llegado a decir que los apellidos en «-ez» son también de origen judío, cuando es obvio que son genuinamente hispánicos. En lo que respecta a esta creencia, que posiblemente proceda del extranjero, está claro que se ha tomado el efecto por la causa, puesto que se debe a que algunos judíos de origen sefardita, que están repartidos por el mundo, conservan su apellido español. En ocasiones, se he dicho que los apellidos procedentes de topónimos son también de origen judío, cosa totalmente absurda, pues, como ya hemos visto, el denominar a una persona por su lugar de procedencia o residencia es un procedimiento muy común en todas las culturas y épocas.
En definitiva, podemos decir que son casi inexistentes los apellidos judíos que persistieron en España después de 1492, y aquellos de origen genuinamente hebreo que encontrarnos en la actualidad como Leví o Cohen, proceden, en su mayor parte, de judíos recientemente instalados en España.
Conviene señalar que apellidos como Bartolomé, Adán, José o Bernabé también son de etimología hebrea, pero eso no indica que su portador tenga un antepasado judío, sino que tales apellidos proceden de nombres de bautismo extraídos de la Biblia.
6º) Nombres árabes
No obstante, es importante precisar que la mayor parte de los apellidos de etimología árabe proceden de nombres de lugares y, como tales, no indican en modo alguno que el individuo portador de tal nombre tuviera un antepasado de cultura islámica. Así ocurre, por ejemplo, con nombres como Alcaraz, Alcalá, etc.
7º) Apellidos extranjeros
Son más frecuentes los nombres franceses e italianos en Cataluña, Baleares y Valencia, mientras que predominan los apellidos portugueses en Galicia y otras zonas fronterizas con Portugal, como Extremadura y Andalucía occidental, así como en las Islas Canarias.
a) Apellidos de origen francés: Laforet, Minué, Duval, Cabarrús, etc.
b) Apellidos de origen italiano: Ruso, Manzanaro, Picasso, etc.
c) Apellidos de origen portugués: Sousa, Chaves, etc.
También existen apellidos de otros países pero son escasos. Actualmente con la migración de personas procedentes del continente africano, se están incorporando a nuestra onomástica, apellidos como Mohamed, Abdelkader, Abdeselam, etc.
8º) Apellidos gitanos
ABDERRAMÁN III
ORFEBRERÍA
ARTESANÍA
GITANO
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9º) El patronímico castellano en "-EZ"
No se conoce con certeza el origen de este sufijo patronímico; algunos investigadores lo han atribuido a una supervivencia del genitivo latino en «-ís», con valor de posesión o pertenencia. Sin embargo, otros opinan que se trata más bien de un sufijo de origen prerromano; en efecto, ninguna otra lengua latina posee tal sufijo patronímico y, además, el genitivo latino en «-ís» no explica las terminaciones en «- az, -oz o -uz» que encontramos en otros apellidos españoles como Ferraz, Ferruz o Muñoz. Por otro lado, resulta interesante advertir que estas terminaciones abundan también en topónimos antiquísimos de época prelatina como Badajoz o Jerez. También es significativo el hecho de que este sufijo «-ez» todavía exista en vasco con valor posesivo o modal. En resumen, es probable que este patronímico castellano «- ez» sea un auténtico fósil lingüístico préstamo del vascuence, posiblemente transmitido a través del navarro, ya que, la lengua castellano-leonesa primitiva obtuvo numerosos préstamos del vascuence a través del reino de Navarra, debido a la influencia que ejerció este reino entre los siglos IX y XI. Sabemos que el uso del patronímico «-ez» ya estaba extendido en Navarra en los siglos VIII y IX; de hecho, García Íñiguez era el nombre del rey de Navarra que, en el año 851 u 852, sucedió a su padre, llamado Íñigo. De todos modos, aunque el patronímico «-ez» o «-iz» sea de origen prerromano o vascuence, no hay duda de que se vio consolidado en época visigoda por el genitivo germánico latinizado en «-rici», «-riz» (como en Roderici o Sigerici), que se ponía a continuación del nombre individual para indicar el paterno. El caso es que entre los siglos XI y XII se halla completamente fijado en Castilla y León el uso del patronímico «-ez», y su abundante uso queda refrendado por la abundancia, en la actualidad, de apellidos patronímicos como López o Pérez. No obstante, a partir del siglo XIII esta práctica del nombre patronímico cayó en desuso, y desde entonces los nombres en «-ez» quedaron fosilizados y se transmitieron como apellidos hereditarios.
Ahora bien, si la forma «-ez» es un patronímico propio del castellano, encontramos numerosos apellidos catalanes o portugueses de origen castellano adaptados a la fonética de sus respectivas lenguas. Por ejemplo, el catalán transformó el sufijo «-ez» en «-is» o «-es», como en Peris (de Pérez), Llopis (de López) o Gomis (de Gómez). El portugués también adaptó los nombres castellanos en «-ez» convirtiéndolos en «-es», como en Peres o Rodrigues.
Por último, conviene saber que el uso de partículas patronímicas es un recurso muy común en todas las lenguas. Como ejemplos podemos citar el sufijo «-son», (hijo) en anglosajón, como en Johnson o Jackson; el escandinavo «-sen», (hijo) , como en Andersen o Johansen, el irlandés «O'», contracción del inglés of, (de), como en O’Donnell u O’Hara, el escocés «Mac», derivado de una voz gaélica, como en MacArthur o MacDonald, o el también escocés «Fitz», como en Fitzgerald o Fitzpatrick, partícula ésta derivada del francés fils, (hijo), que los normandos introdujeron en el siglo XI. También fue frecuente entre los británicos la marca de filiación a través del uso de una «-s» final, indicadora del genitivo, que terminó adhiriéndose al apellido, como en Peters, Adams, etc. En las lenguas eslavas hallamos partículas finales como el sufijo ruso «-of/-ov» («-ova» para las mujeres), que encontramos en Valerarianov, Mijailov, Tereshkova, etc.; el polaco «-ski» ( «-ska» en femenino), como en Kawalski o Kandinsky, etc.; también «-vic» o «-vich» en algunas lenguas de la antigua Yugoslavia, como en Milosevic, etc. Los franceses han usado como marca de filiación la preposición de, como en Demathieu, Dejean, etc.; los italianos conservaron una forma muy próxima a la del genitivo latino con el sufijo «-ini», como en Martín, Martini, etc. En árabe y en hebreo encontramos la partícula «Ben-«, (hijo de), que se antepone al nombre, así como en japonés encontramos «-moto», en griego «-poulos», en vasco «-ena», etc.
10º) La partícula "DE" antepuesta al apellido
11º) Apellidos compuestos
12º) Apellidos de expósitos
Respecto a los apellidos-nombre de meses y a los apellidos-nombre de bautismo ya se ha explicado su origen en líneas anteriores. En cuanto a los apellidos de nombres de santos o vírgenes (hagionímicos), como Sanmartín, Santamaría, Sampedro, etc., también se ha afirmado que a los niños abandonados a la beneficencia se les imponía como apellido el nombre del santo del día en que se les hallaba; sin embargo esta creencia carece de fundamento, y si bien es cierto que pareció existir esta práctica en los orfanatos, no hay datos ni estudios suficientes acerca del criterio cognomizador que se aplicaba antiguamente para con los niños abandonados; además, para estos niños se aplicaba la denominación de «expósito», que ha dado lugar al apellido homónimo. En la mayor parte de los casos, estos apellidos proceden en realidad de nombres de poblaciones, en referencia al lugar de residencia o procedencia del individuo, como tantos otros apellidos toponímicos, como Toledo, Zaragoza o Cuenca. En otras ocasiones se les ponía «de la Iglesia», cuando los niños eran abandonados a la puerta de alguna iglesia.
Bibliografía empleada
«APUNTES DE NOBILIARIA Y NOCIONES DE GENEALOGÍA Y HERÁLDICA«; primer curso de la Escuela de Genealogía, Heráldica y Nobiliaria, lecciones pronunciadas por Francisco de Cadenas y Allende, 2ª ed., Madrid, Hidalguía, 1984.
«ENSAYO HISTÓRICO ETIMOLÓGICO FILOLÓGICO SOBRE APELLIDOS CASTELLANOS«; por José Godoy Alcántara, Libr. París-Valencia, Valencia, 1992.
«DICCIONARIO DE APELLIDOS ESPAÑOLES«; por Roberto Faure, María Asunción Ribes, Antonio García, Madrid, Espasa, 2001.
«GRAN ENCICLOPEDIA LAROUSSE: GEL«; Barcelona, Planeta, 1987, 17 vols.
«GRAN ENCICLOPEDIA UNIVERSAL«; Bilbao, Asuri, 1988-1995, 30 vols.
«GRAN LAROUSSE UNIVERSAL«; Esplugues de Llobregat, Barcelona, Plaza & Janés, 1981, 49 vols.
«ONOMASTICA HISPANOAMERICANA«; por Gutierre Tibón, México, Editorial UTEHA, 1961.
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