Heráldica
Heráldica general
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Introducción
El escudo de armas tal y como hoy lo entendemos nace en el siglo XII. Anteriormente, aun admitiendo la existencia de piezas y figuras en los escudos de los guerreros, no constituían el blasón propiamente dicho, sino más bien un signo de distinción entre los combatientes.
Nacimiento
Los primeros en usar estos signos distintivos son los griegos, quienes en sus escudos de guerra colocaban símbolos que pretendían representar un ideal, generalmente de quienes los empleaban, pero la realidad es que sus emblemas no pasaban de ser puramente personales y que no hasta bien entrada la Edad Media, dichos emblemas comienzan a ser el símbolo de un linaje.
También los romanos emplearon símbolos de distinción, pero al no ser hereditarios carecen del valor que hoy damos a los elementos y representaciones heráldicas. En el siglo VI, antes de Cristo, se conocen en Europa los primeros emblemas que se adoptan para significar una relación continua. Se usan y se emplean exclusivamente para significar símbolos de poblaciones, en tanto que los emblemas gentilicios continúan siendo puramente individuales. Sin embargo, en esa misma época, siglo VI antes de Cristo, los griegos inician la utilización de determinados distintivos de carácter hereditario, sin regla alguna y por esa razón, como por su variación de unas generaciones a otras, no es posible admitirlos como símbolos heráldicos.
Los romanos también emplean algunos símbolos y signos, pero todos ellos sin el carácter heráldico, sino más bien como símbolos de unidades militares o de jerarquía castrense o civil. Los invasores germánicos primero y los árabes después concluyeron por destruir, en las naciones que las sufrieron, los signos y símbolos de la simbología gentilicia, salvándose únicamente, y no siempre, los de las ciudades, por ello es preciso considerar que, el blasón, como signo de distinción familiar, se perdió completamente -admitiendo que alguna vez los hubiera- en la alta Edad Media con motivo de las grandes invasiones que sufrió Europa, y fundamentalmente la cuenca mediterránea, en donde pudieran haber existido en sus varios y distintos aspectos.
Siglos X y XI
La Armería, tal y como la conocemos en la actualidad, parece en Europa en la Edad Media, en su época más acusadamente feudal y posiblemente sea el directo producto del contacto entre Occidente y Oriente con el motivo fundamental de las Cruzadas a los Santos Lugares. En el siglo X, pero principalmente ya iniciado el siglo XI, es cuando hacen su aparición los primeros escudos de armas, con el concepto y el significado que hoy tenemos de la ciencia de las armerías. Nacen con objeto de diferenciar a los caballeros en los combates, que al estar completamente revestidos de los metales de que se componía la armadura, era imposible el reconocimiento de ellos. Los escudos defensivos, aprovechando sus mismos refuerzos -clavos o fajas- son los que, muy posiblemente, dan la pauta para iniciar lo que serían con el tiempo las piezas heráldicas, al pintar sobre ellos diferentes colores para diferenciar rápidamente a unos guerreros de otros. La necesidad de vincular a los combatientes de un mismo bando provoca los emblemas primitivos de la heráldica militar.
Indudablemente las Cruzadas fueron el momento en que se difunde el empleo de la Heráldica, pues la convivencia de caballeros de diferentes naciones, bajo unas mismas banderas y un único ideal, dio origen a crear la necesidad de un símbolo de distinción para ellos y, junto con la cruz que muchos llevaban y que fue el emblema común y más difundido, comienzan a aparecer las primeras piezas y figuras, los muebles que quieren dar a entender la fiereza o el ideal de quienes los adoptaban, entre ellos, son los más comunes, entonces, el dragón, el león y el águila, animales todos ellos no europeos, a excepción del águila, lo que significa, una vez más, el origen oriental de las armerías, adoptando animales que en sus respectivos reinos naturales resultan los más fieros: agua, pues el dragón indudablemente es preciso identificarlo con el cocodrilo; tierra, como es el león, y aire, como se fija en la fiereza del águila, discrepando completamente sobre el origen de todo ello con el tratadista Galbreath, quien supone el nacimiento de las armas en el origen de los cruzados, mientras que resulta más lógico suponer que algunas ya fueron empleadas anteriormente, de manera cauta en Europa, aunque indudablemente los cruzados dieron vida y difusión a esa necesidad de diferenciación, trayendo a sus escudos hazañas por ellos realizadas con animales desconocidos en el viejo continente, mientras que, por otra parte, les servían para identificarse de manera particular a ellos y, en general, a los componentes de las huestes cristianas ateniéndose a su procedencia.
Siglo XII
Parece cierto que los componentes de la primera cruzada únicamente usaban la cruz en sus escudos, y eso, para distinguirse ellos mismos, pero también parece igualmente cierto que al regresar de ella, eran ya varios caballeros los que habían añadido a aquélla o habían adoptado una figura diferente en el campo de su escudo.
A partir del primer tercio del siglo XII, se van introduciendo los blasones entre los nobles en Francia, Inglaterra, Alemania y España. Sin embargo, las armerías aun son de carácter personal. Aún debía transcurrir más de medio siglo para que apareciesen las primeras armerías hereditarias, e igualmente se aprecian, en las pocas que de esa época conocemos, fundamentalmente gracias a los estudios de Galbreath, Bouly, Delesdain y de Marmoutier, pero que carecen de cualquier regla o costumbre en su transmisión. A partir de los finales de dicho siglo se van encauzando los sistemas de sucesión de las armerías, aunque estaban y quedaban sujetos al capricho de quien las debía usar, que las simplificaba o aumentaba, introduciendo en ellas elementos de acuerdo con sus gustos personales, sus aficiones o sus aspiraciones.
A partir de la segunda mitad del siglo XII se comienzan a apreciar las armerías hereditarias. Fundamentalmente en Francia -quizá porque allí se han hecho más populares los estudios y se han profundizado más- es donde aparece de manera terminante el uso de las armas de padres a hijos. Sin embargo, entre hermanos, se puede apreciar la diferencia de armas, lo que sin duda alguna refleja el desorden en la materia y la no estabilización de la herencia heráldica. Por otra parte, muchos preferían cambiar las armas a añadir una brisura para diferenciarlas de las de los primogénitos. Harincourt trata el tema de manera exhaustiva y llega a la conclusión de la preferencia a la renuncia de las armas paternas, para convertirse en jefe de armas como el hermano primogénito al adoptar otras nuevas, renunciando a las familiares que disminuidas le correspondían. Esta costumbre se mantiene en todas las armerías nacionales hasta bien entrado el siglo XVI, que es cuando verdaderamente se inicia la decadencia de la Heráldica y se instrumenta la tramitación de armas y el uso de ellas.
En circunstancias especiales, en condiciones determinadas, siempre se ha admitido sin grandes dificultades el cambio del escudo y la adopción de otras armas, comenzando por las maternas, por otras vinculadas a posesiones heredadas o de las que habían adquirido, aunque este cambio se refiere generalmente a las armas correspondientes a los títulos nobiliarios o a las armas impuestas por los mayorazgos, pero a través de ello era factible el cambio del blasón y la adopción de uno nuevo y, como consecuencia de ello, es la variación de las armerías en un mismo linaje o familia, como por otras razones diferentes y quizá opuestas, en una misma región se aprecian armas semejantes en familias diferentes, debiendo dicha similitud a la procedencia común de las armas generalmente por ser vasallos de un mismo señor o ser naturales de una misma región, lo que resulta indudable es que la adopción de armas, en su origen, tuvo una enorme libertad. Su nacimiento y adopción, en general, eran puro capricho de quien las usaba, y así se vinieron manteniendo desde sus comienzos, como hemos visto, hasta bien entrado el siglo XII. Fundamentalmente, con puro y exclusivo carácter personal, de uso particular de los grandes señores, principalmente por su ejercicio de las armas. Estos blasones de origen militar se van transformando en hereditarios y familiares a partir de la primera mitad del siglo XII, y hacia finales de dicho siglo se aprecia su extensión a la totalidad del estado noble, quien, por otro lado, era efectiva y realmente quien daba el porcentaje, casi total, de infantes y caballeros para las guerras.
Siglo XIII
Aunque el origen de las armerías fue en un principio un signo de exclusiva distinción militar, hacia la mitad del siglo dicho su uso se va extendiendo a la familia y su aplicación se amplía, por tanto a los clérigos y a las mujeres. De los primeros pasan a las comunidades religiosas hacia las postrimerías del siglo XII.
Ya, a partir de esta época, el blasón deja de ser distintivo genuinamente de la nobleza, y los pecheros ricos inician el empleo de las armas que, por otra parte y salvo excepciones, en determinadas regiones de ciertos países no constituyen prueba alguna de nobleza.
Si en su origen fue un signo empleado por los caballeros guerreros que precisaban de ellas para distinguirse en la confusión que producían la similitud de sus armaduras, su evolución se inclina hacia un símbolo de distinción de la familia o del linaje. Las armas, bajo este aspecto de distinción particular, las comienzan a usar los pecheros en los primeros años del siglo XIII, y es en Francia la primera nación de la cual tenemos conocimientos de su adopción por esa clase social. La inician en esas fechas los hombres francos, los labradores acomodados, los villanos y los valvasores. Los tres primeros indudablemente no pueden corresponder por sus características a la nobleza, mientras que los cuartos, los valvasores, categoría muy superior a los tres citados anteriormente, sin llegar a ser nobles, eran labradores acomodados con tierras propias y criados en abundancia, lo que les hace poderse separar de los villanos y de los mismos francos por sus condiciones particulares de vida, pues al poseer armas y caballo más se acercan al noble que al plebeyo.
Tenían ciertas obligaciones a semejanza de los nobles, como era acudir a la guerra, y de ahí nace su especial diferenciación con las tres categorías de francos, labradores y villanos. Su similitud más semejante a la de nuestra escala nobiliaria es la aproximación a los payeses de remensa, además de su emancipación, poseedores de grandes extensiones agrícolas y de gran número de criados. Delisle estudia la condición de las clases agrícolas en Normandía durante la Edad Media y llega a la conclusión de equiparar a estos valvasores con el hidalgo que perdía sus privilegios si cambiaba de residencia; es decir, con la condición que imponía nuestro derecho nobiliario al hidalgo de Gotera que lo era en su lugar, pero no fuera de él, siendo más bien un exento privilegiado que un auténtico hidalgo, cuya hidalguía se regía por diferentes y concretos principios. Guilhiermoz analiza el origen de la nobleza francesa en la Edad Media y distingue dos clases de valvasores, los que labran por sí y los que lo hacen por medio de otros, dando a éstas una categoría superior que más se acerca a la nobiliaria en su inferior aspecto. Esta clase social, económicamente acomodada, más en contacto con el noble por sus andanzas guerreras, es la que más pronto se apodera del uso de los blasones y en la segunda mitad del siglo XIII, en casi toda Europa occidental el uso de las armas gentilicias es común en ella. Las tres clases que hemos indicado se conocen con el nombre general de estado llano, y burguesía aquellas más acomodadas, pero en ellas era preciso distinguir al labrador acomodado que posiblemente procedía, sobre todo en nuestra nación, de quien ganó tierras al enemigo y allí quedó asentado y que al no ser hermética la clase noble, a través de su situación económica y del desempeño de cargos, concluyó ennobleciéndose y adaptando los signos exteriores de la primitiva nobleza.
Sin embargo, al carecer de significado alguno el uso de los blasones, como signo nobiliario, no hubo resistencia por parte del estado noble en que, quienes no pertenecieran a él, los adoptasen, extendiéndose y difundiéndose el uso entre los hidalgos, que indudablemente lo eran, pero que, en muchos casos, carecían de él, sino a muchos más privilegiados por distintos motivos y cuya alta posición social les permitía asumir, asimilando diferentes matices de la nobleza y algunos signos que estimaban exclusivos y propios de ella. Así se llega a principios del siglo XIV, en el cual se toman, no en España pero sí en casi la totalidad de Europa, las primeras medidas para salvaguardar las distinciones nobiliarias de quienes las tenían en uso.
Siglo XIV
En este siglo la Heráldica se extiende rápidamente a los municipios, adoptando unas veces las armas de sus propios señores, mientras que en otras lo hacen por composición propia, expresiva de particularidades de su término. Igualmente el uso de distintivos se extiende a las artes y a los oficios y así, en los finales del siglo XIV, aparecen los primeros emblemas de las corporaciones.
A partir de entonces nacen y se difunden las primeras reglas referentes a la Heráldica, pero en general se limitan a los signos exteriores de los blasones, con lo cual se demuestra que los elementos del escudo propiamente dichos no constituyen prueba de nobleza, sino simplemente de distinción y procedencia de quienes los vienen usando.
Como ya hemos dicho, en origen, la Heráldica se produce como un mero signo de distinción. Esta necesidad la precisan primeramente los guerreros y sucesivamente la Iglesia. Los primeros, como hemos visto, para distinguirse en los combates; los segundos, fundamentalmente, para diferenciar la procedencia de sus documentos. La Administración estaba tan íntimamente ligada al rey y éste a la milicia que prácticamente constituían un todo único y, por tanto, eran las armas del rey las adoptadas por él, las que se empleaban en la Administración bajo cualquiera de sus diferentes y reducidos aspectos.
Siglo XV
Indudablemente el origen de la adopción de las armas era de voluntad propia, y en ese estado permanecen hasta bien entrado el siglo XV, en donde se perfilan reglas heráldicas y se inicia la ordenación de la materia por medio de los reyes de armas, institución borgoñona que, con la venida a España de Felipe de Austria, marido de Juana de Castilla, se introduce en este reino primero y se extiende sucesivamente a los demás esa tradición flamenca.
Las primeras obedecen a una distinción para diferenciarse en los combates. Para ello se escoge cualquier motivo, comenzando por los más simples, complicándose a medida que las más sencillas se van empleando anteriormente. Enseguida se aprecia en el blasón la incorporación de figuras representativas de hazañas guerreras u otras de animales temidos por su fortaleza o fiereza, admirados por su inteligencia o envidiados por su sagacidad. Así pasan rápidamente a los blasones por incorporación de los primeros conceptos señalados torres y castillos, leones, leopardos y lobos por los segundos, y cabezas de moros y miembros de guerreros y otras figuras de claro significado, entonces, muy dudoso ahora, pero que indudablemente respondían a algo que se pretendía perpetuar, origen que se ha perdido en el tiempo por falta de método y puntualización en su adopción.
Como se desprende claramente, la primitiva adopción de los blasones era voluntaria y personal, y por ello carecía de cualquier norma que regulara su uso. Es muy posteriormente, ya bien entrado el siglo XIV, cuando surgen los diferentes sistemas heráldicos, y anteriormente, aún sin ellos, se conocía en líneas generales la manera de suceder en las armerías, declarándolas puras o no, según correspondieran al agnado mayor o a sus hermanos.
Paralelamente a las reglas de sucesión en la Heráldica gentilicia nacen las de las comunidades municipales, y principalmente las religiosas y seguidamente las gremiales.
Indudablemente, partiendo de estos principios toda persona o entidad tiene perfecto derecho a la creación de sus propias armas. Estas son las corrientes señaladas por dos heraldistas de fama mundial: Galbreath y Fourez, doctrina que el autor comparte completamente si bien al existir legislación heráldica es preciso que esa situación y esa adopción se ajusten y se regulen por la materia que la rige en cada nación, en donde se produzca el deseo de la persona o corporación y en base a la legislación heráldica se ordenen por las personas adecuadas y capacitadas para ello, registrando los blasones en las formas establecidas.
Existen pareceres contrarios en cuanto a la adopción de las armas y su uso, teorías que identifican el uso de armas con la nobleza, pero esta pretensión carece de realidad en España -salvo en excepcionales casos particulares-, pues la nobleza -y está perfectamente demostrado en todos los pleitos nobiliarios- nada tiene que ver con las armas. Esta realidad es constante en España y en todos los diferentes reinos de que se compone, pues en ninguno de los expedientes nobiliarios de los muchos miles que se produjeron y conservan en las Chancillerías de Valladolid y Granada y en las Audiencias de Zaragoza, Oviedo y demás donde se entendía de asuntos nobiliarios, jamás se declara como prueba de nobleza el uso y empleo de armas por el postulante. Esta se limita y de manera muy circunstancial al solo reino de Navarra, pero sin que allí mismo constituya una prueba definitiva. Es más bien un complemento, complemento que en Castilla y en Aragón no reunía ninguna garantía de nobleza y que queda perfectamente regulado en virtud de los estudios realizados en los expedientes de los litigios nobiliarios que se conservan en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, entre cuyos miles de pleitos y legajos ni uno sólo aduce esa circunstancia exclusiva como prueba de nobleza. Las armas que aparecen en las portadas de las Cartas Ejecutorias de Hidalguía eran y correspondían a las armas de las casas, pero se usaban como adornos y quizá, como máximo, para realzar la nobleza, pero sin que a ella la afectase lo más mínimo ni en su fondo, ni en su forma, pues esa misma expresión de «hidalgo de armas pintar y poner» carece de significado nobiliario alguno, ni supone grado menor o mayor en la hidalguía, la cual bajo sus diferentes denominaciones comprendía una sola y única calidad.
Por todo ello, la Heráldica española no puede representar nunca una prueba nobiliaria por quien la posea, y el hecho de que las Certificaciones de Armas extendidas con todo género de garantías por los Reyes de Armas las incluyan, se refieren dichos documentos a la sola parte heráldica, pero no presuponen nobleza, si es que no van acompañadas de los oportunos documentos que la acrediten o, al menos, citen con precisión y exactitud los archivos de donde fueron tomadas las notas y los documentos de donde fueron extraídas, mientras que en la parte armera la certificación hace prueba plena y completa por ser facultad suya y su atribución puede limitarse a la persona, a sus descendientes o a su linaje.
Si bien la elección es libre totalmente, al tener un significado de marca, de reflejo del apellido, de meta o pasado del usufructuario, no se puede en ningún caso, por simple coincidencia de apellido, atribuir o adoptar blasones que ya están en uso, sin tener la seguridad del parentesco, pues ello equivaldría a una apropiación indebida con las lógicas consecuencias que ésta tiene. Se puede, en caso extremo emplear parte de las piezas o figuras, si se llega a la conclusión de una posible unión entre ambos linajes, pero nunca la totalidad de ellas, pues ello significaría un clarísimo entronque entre ambas ramas. Al máximo se pueden introducir en su conjunto algunos elementos que lo varíen para establecer a través de ellos una clara diferencia con el primitivo blasón que, solamente, en el caso de una unión clara y documentada perfectamente podrían adoptar como propio.
Es indudable que la costumbre establece, aunque en este caso de manera errónea, una íntima unión entre nobleza y blasón, y por ello muchas personas estiman que adornándose con éste pueden presumir de la otra, pero esto carece de cualquier fundamento y es un error que, aunque común, solamente culpable de la hueca vanidad humana, considerando a este signo exterior que, sin ser noble su significado, se le supone portador de nobleza, y así es tenido y considerado por la masa.
También es cierto que en algunas naciones los blasones son prueba indudable de nobleza, lo que no ocurre en España. Para usar el blasón en ellas es preciso demostrar previamente la nobleza o que quien se ennoblece queda facultado para el uso o creación de sus propias armas, con lo cual el fondo de la cuestión permanece constante, teniendo en cuenta que el blasón no se puede usar sin estar en posesión de la nobleza.
El invento del blasón como escudo de armas heráldico se debe a los nobles para el empleo en las prácticas guerreras, como al difundirse el mismo y pasar a otros estamentos de la nación se va difundiendo en su primitivo origen y pureza para transformarse en signo de distinción que aun siendo su origen, en este caso el cometido va diferenciándose notablemente, y de ser propio y exclusivo de la milicia, en el transcurso de unos años se van apoderando de esa distinción otros estamentos para que les sirva de distintivo en documentos, bien sean a las personas físicas o a las corporaciones que los emplean.
La diferencia esencial entre unos blasones y otros entre los correspondientes a las armas de linajes nobles y a los de la burguesía es el timbre. Por él se diferencian las armerías y por su medio se establece rápidamente la pertenencia a cada una de ellas. Por eso y de ahí que el timbrar correctamente los blasones es de capital importancia en la Heráldica, pues por medio de su grafismo se interpreta rápidamente a su poseedor, catalogándole entre la nobleza, la burguesía, la Iglesia, las profesiones que timbran particularmente los blasones de sus individuos o de las corporaciones con su amplia gama de ornamentos exteriores que las distinguen.
La evolución de la aplicación de las armas se produce desde su origen, que es en la propia guerra en donde se emplea al escudo para la defensa y en el caso de muerte sirve de adorno en el monumento funerario, acompañando y quedando de señal en la última morada de su poseedor. Entre estos extremos, que son los límites, el blasón tiene toda clase de empleo.
La legislación y costumbres heráldicas más antiguas se codifican en Francia. Quizá por ello, y de ahí la notable y decidida influencia de la Heráldica francesa en toda la Ciencia Heráldica universal.
Bibliografía empleada
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«GRAN ENCICLOPEDIA ARAGONESA«; Zaragoza, Unión Aragonesa del Libro, 1980-2001, 16 vols.
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