Nobleza

La Orden del Temple en la historia

Su título va aquí
Orígenes de la Orden del Temple

En el siglo XI se pusieron de moda las peregrinaciones a lugares sagrados, especialmente a Roma, a Santiago de Compostela y a los Santos Lugares donde transcurrieron la vida, pasión y muerte de Jesucristo. La más alta meta de un peregrino consistía en viajar a Jerusalén para postrarse en el santuario que albergaba el Santo Sepulcro.

Tierra Santa estaba bajo el dominio de los califas abbasíes de Bagdad. Éstos, aunque profesaban la religión islámica, no tenían inconveniente en respetar y favorecer las peregrinaciones cristianas a sus posesiones. Ya que, los visitantes les proporcionaban saneados ingresos. Pero, mediado el siglo, los belicosos e intolerantes turcos selyúcidas se apoderaron de toda la región.

Rescatar Tierra Santa de los infieles y restablecer la seguridad en las rutas de peregrinación fue una excusa. Las verdaderas causas de las cruzadas son sociales, políticas y económicas. El factor religioso fue simplemente un pretexto para arrastrar a la guerra santa a una muchedumbre de personas de toda condición social que se sintió fascinada por la empresa de ganar para la fe de Cristo los Santos Lugares.

El 18 de noviembre de 1095 comenzaron las sesiones del concilio que el papa Urbano II había convocado en Clermont (Francia). El papa prometió remisión de todos los pecados a aquellos que se alistaran en una peregrinación armada para rescatar de manos infieles los Santos Lugares. El concilio sancionó la cruzada. Los peregrinos cosían sobre el hombro derecho de sus mantos o túnicas el distintivo de una cruz de trapo rojo. Por este motivo se les llamó cruzados y a las expediciones que los condujeron a Oriente, cruzadas.

El 15 de julio de 1099, tres años después de la partida, los cruzados alcanzaban su principal objetivo: se adueñaban, de la ciudad sagrada de Jerusalén. Fue parcialmente repoblada y se convirtió en capital de un reino cristiano de estructura feudal similar al francés. Con la conquista de Jerusalén quedaba expedito el camino tradicionalmente seguido por los peregrinos y penitentes que acudían a adorar el Santo Sepulcro.

Quedaba también abierta la rica ruta de mercaderías.

El dominio cristiano sobre los Santos Lugares resultó muy precario. La estrecha franja de terreno rodeada por un océano de musulmanes hostiles, por diversos factores fue mantenida por la Cristiandad, entre estos factores se puede destacar que según los historiadores se reconocen hasta ocho cruzadas.

Los cristianos se mantuvieron en Tierra Santa solamente gracias al esfuerzo de las órdenes monásticas creadas expresamente para combatir, principalmente los hospitalarios, los templarios y los teutónicos.

El rey de Jerusalén, acuciado por los innumerables problemas de su reino, no estaba en condiciones de afrontar las labores de policía que la situación reclamaba. En 1115, un piadoso caballero francés llamado Hugo de Payens y su compañero Godofredo de Saint-Adhemar, flamenco, concibieron el proyecto de fundar una orden monástica consagrada a la custodia de los peregrinos y a la guarda de los inciertos caminos del reino, la orden de los pobres soldados de Cristo.

Los primeros efectivos de la orden fueron siete caballeros franceses. El grupo había jurado, ante el patriarca de Jerusalén, los votos monásticos de castidad, pobreza y obediencia, y el rey de Jerusalén, Balduino II, les había concedido cuarteles en las mezquitas de Koubet al-Sakhara y Koubet al-Aksa, situadas sobre el solar del antiguo Templo de Salomón. Por este motivo la orden se llamaría, con el tiempo, Orden del Temple y sus miembros «templarios».
A los pocos años de la fundación de su Orden, Hugo de Payens se planteó la necesidad de ampliarla y consolidarla otorgándole unos estatutos. En otoño de 1127 regresó a Europa con cartas de recomendación del rey Balduino II.

La incipiente Orden despertó el entusiasmo de uno de los eclesiásticos más prestigiosos de la Cristiandad, San Bernardo de Claraval, el reformador del Cister.
Para San Bernardo, «los templarios pueden librar los combates del Señor y pueden estar seguros de que son los soldados de Cristo…»

La misión de Hugo de Payens en Occidente constituyó un éxito. Después de la calurosa aprobación de su Orden en el concilio de Troyes fue reclutando gran cantidad de caballeros.

Los efectivos humanos del Temple crecieron y fueron determinando una jerarquización de categorías y una especialización en los oficios. Los caballeros profesos constituían una minoría selecta. El resto de la Orden estaba compuesto por capellanes, hermanos de oficio, sargentos de armas, artesanos, visitadores e incluso asociados temporales. A la cabeza de todos ellos estaba la autoridad superior del gran maestre, elegido por concilio general en la casa madre de Tierra Santa.
En 1118 pronunciaron sus votos de pobreza, castidad y obediencia ante el Patriarca de Jerusalén los nueve caballeros enviados a Tierra Santa con la misión de proteger a los peregrinos llegados de Europa.

El rey Balduino les concedió los primeros bienes materiales y su primer lugar de residencia, una parte de su palacio pegado al Templo de Salomón y Al-Aqsa; los primeros templarios establecían su templo en el Monte Moria (en el Domo de la Roca o Mezquita de Omar), de donde basaron su nombre: «Templarii milites» fratres templi, pauperes commilitones Christi templique salomonici».

Estos nueve fundadores eran:

Hugo de Payns
Godofredo de Saint-Omer
Godofredo Bisol
Payén de Montdidier
Archembaud de Saint Aignant
Andrés de Montbard
Gondemar
Hugo de Champagne
Jacques de Rossal

Es evidente que Bernardo de Claraval no envió a Hugo de Payns, ni a su tío Andrés de Montbard, para que custodiaran los caminos. Ésta tampoco era la razón para la que Eustaquio de Bolonia y Hugo de Champagne abandonaran todo y se reunieran con los nueve caballeros en el templo de Salomón.

Durante los años 1118 y 1128 no tomaron parte en batalla alguna…

Por más que apremiara el peligro, ellos se abstenían de tomar parte en combate alguno, seguían solos y no reclutaron a nadie en absoluto.

Sin embargo seguían ocupando el emplazamiento del templo de Salomón. Y lo que hicieron fue descombrar las caballerizas subterráneas.

Este misterio tiene una sola clave: los nueve caballeros no llegaron sólo para proteger a los peregrinos, sino también para encontrar, guardar y llevarse algo particularmente importante, particularmente sagrado que se encontraba en el emplazamiento del templo de Salomón: el arca de la Alianza y las tablas de la Ley.

Se cree que las tablas de la Ley son una «fórmula del Universo» y que estas tablas, sacadas de Egipto, estaban en poder de los constructores de catedrales.

El Santo Grial ha sido considerado siempre como la «copa del saber», ir a buscar las tablas de la Ley era precisamente, para los nueve enviados por San Bernardo, ir a la conquista del Grial.

En el año 1128, la mayor parte de los nueve caballeros volvieron a la Champagne. Quedaban en Palestina tres caballeros; poco era para proteger los caminos… ¿Se había cumplido la misión? ¿Encontraron el arca? Siendo secreta la misión, también lo eran su éxito o su fracaso, pero si hubiera constituido un fracaso, ¿hubieran vuelto tantos?.

Hay una ascensión, un poder extraordinario de la Orden del Temple que una tradición atribuía precisamente a la posesión de las tablas de la Ley.

Bernardo de Claraval hizo convocar el concilio de Troyes, en 1128, para la fundación de una orden monástica, se le dio una dimensión universal.

En el concilio, Hugo de Payns expuso su deseo de fundar una orden de monjes soldados cuyo primer núcleo lo constituirían sus compañeros del Temple. El concilio accedió y encargó a San Bernardo la definitiva Regla de la Orden del Temple, con sus setenta y dos artículos.

En el preámbulo de la Regla se pone de manifiesto que una primera misión ya se ha cumplido. Y todo el tono era el de Te Deum de acción de gracias.

La regla que dictó San Bernardo era monacal y esencialmente cisterciense. A los nueve caballeros se les impuso el hábito de color blanco para los caballeros, y negro para los mandos inferiores y los escuderos. La cruz roja, que figuraría en el hombro derecho, la concedería el papa Eugenio III, en 1145.

A partir de aquí se produce una auténtica eclosión que proyecta a la Orden del Temple por toda Europa y Palestina de una forma imparable. El reclutamiento se inició enseguida. Hugo de Payns llegó a Inglaterra reclutando para Jerusalén. Y fueron muchos los que tomaron la cruz y se pusieron en camino hacia Tierra Santa. Godofredo de Saint-Omer recorrió la región de Flandes.

En 1130 Hugo de Payns entró en Jerusalén con un verdadero ejército reclutado en Occidente.

Los soldados y las donaciones seguían afluyendo. Se había desencadenado la pasión por la caballería monacal. La Orden se volvió rica, por no decir riquísima: en oriente, a causa del botín de las armas. En occidente, por las donaciones que fluían de todas partes.
Se calcula que, hacia 1270, los templarios poseían, en Francia, cerca de un millar de encomiendas, así como innumerables granjas. En 1307 es posible que doblaran el número de posesiones.
A pesar de su unidad, la Orden se dividió en dos sistemas diferentes de organización: milicia y encomiendas, es decir oriente y occidente. En oriente, la Orden era un ejército preparado para el combate; en occidente, una organización monacal cuyos miembros iban armados aunque sólo para defenderse. No participaron nunca en ninguna batalla ni guerra, en occidente, salvo contra los musulmanes en España y Portugal.

En 1147, el Gran Maestre de la Orden, Everardo de Barré, une sus templarios al eje del rey Luis, para atacar Damasco.
En 1158 vemos una maduración en la toma de decisiones por parte del Temple al negarse al ataque de Egipto, por ser una misión altamente arriesgada e insegura.

Su título va aquí
Organización del Temple

Existieron dos categorías de templarios: los monjes y los laicos, o semilaicos, que vivían bajo una regla monacal o, por lo menos, militar.
El cuerpo de monjes caballeros fue lo que constituyó y siguió constituyendo el núcleo de la Orden.

Todos los aspirantes habían de pasar por un noviciado explícitamente impuesto por la regla, y de una duración variable, según el criterio de los maestros. Ello implicaba categóricamente que habían de someterse a un ritual iniciático.

Parece ser que a los caballeros del Temple destinados a la milicia, se les exigía que fueran nobles, nacidos en cuna de buena familia y no bastardos. Éstos servían a la Orden del Temple como una especie de hermanos legos, sea por un tiempo determinado, sea de por vida. No pronunciaban los votos, sino guardaban promesas de obediencia, de no poseer nada en propiedad, de respetar los buenos usos y costumbres de la casa, guardar la Tierra Santa y, «no estar jamás en un lugar en el que un cristiano se viera oprimido por sinrazón o desatino, por su fuerza ni por su consejo».

Caballeros monjes y caballeros laicos prestaban su servicio bajo un mismo hábito sin que nada pudiera distinguirlos; combatían juntos, comían juntos (una sola escudilla para cada dos), mismas armas, etc.

De esta forma se manifiesta la dualidad sobre la que se edificó toda la organización del Temple.

Además de los caballeros, la Orden poseía un cuerpo de mandos («sargentos») constituido por no nobles que servían en el Temple. Sin embargo, no se excluye que un sargento pudiera llegar a novicio y después a caballero monje. Combatían a caballo al igual que los caballeros. La mayor parte de los administradores de la orden eran sargentos con el título de comendador.

La regla del Temple ordenaba dos tipos de hábito según la categoría: capa blanca para los caballeros y capa parda para los sargentos.

En cuanto a la cruz, parece ser que no existía una cruz, sino diversas cruces. La cruz templaria que se encuentra en los escudos de armas de los grandes maestres y en los sellos, es un signo derivado de la cruz celta, geométricamente compuesta por líneas curvas aunque a veces trazada con ángulos vivos.

Originalmente la cruz se llevaba en el hombro derecho, en los últimos tiempos de la Orden, y según los reglamentos de la época, la cruz la llevaban en el pecho y en la espalda los caballeros, los sargentos y los capellanes. No implica que no se llevase la cruz en el hombro derecho en la capa.

El Temple se dividía en dos clases:

Clase I Clase II
——————————————————————————————
Capellanes Sargentos de servicio doméstico
Caballeros monjes Siervos de explotación de las tierras
Caballeros seculares
Sargentos de armas
Hermanos de oficio
——————————————————————————————

Siempre una división binaria.

Se desplazaban al igual que los militares de una encomienda a otra según las necesidades del servicio. Y también al igual que los militares, podían ser enviados a Tierra Santa y obedecían a una disciplina general.

Los siervos y las explotaciones de cada territorio constituían la «mesnía», trabajadores, capataces y siervos, con una organización variable según las regiones y sus costumbres.

En sus orígenes, la Orden había sido dividida en dos partes que se imbricaban constantemente aunque permanecían distintas: oriente y occidente.
En oriente, el temple era un ejército en campaña. En occidente constituía un factor de civilización y pacificación.

La unidad dentro de la Orden jamás se quebró, cosa debida a los núcleos de monjes iniciados del cual formaban parte el Gran Maestre, los Visitadores y los Maestres Regionales que ordenaban la política general y velaban por el mantenimiento de la regla y la disciplina.

Su título va aquí
Composición de la Casa del Gran Maestre

Gran Maestre
Representante de Dios en la religión del Temple. Abad general de la Orden y Comandante supremo. Disponía de cuatro caballos de marcha y de un corcel de batalla, animal de gran valor llamado turcomano.

Senescal
Jefe del estado mayor.

Mariscal
Responsable de las armas y los caballos.

Dos Caballeros de Noble Rango
Capitanes de estado mayor.

Hermano Capellán

Un Clérigo
con tres caballos «correo».

Hermano Sargento

Escribano sarraceno
intérprete.

Siervos
turcople (soldado indígena), herrero, cocinero, dos mozos de a pie.

El estandarte de la Orden, llamado Bausán, mitad blanco y mitad negro. En la batalla, el estandarte era como el pabellón almirante. En el campamento, el pabellón se desplegaba sobre la tienda del maestre. Es posible que el campo partido del estandarte, en blanco y negro (sable y plata), tuviera una significación esotérica.
El Bausán ante todo era una bandera de combate que ubicaba al capitán.

No se sabe muy bien cómo estaba compuesto el Capí. Parece ser que estaba formado por los altos dignatarios y algunos capellanes que eran llamados a Palestina para la ocasión. El Capítulo elegía el Gran Maestre.

La célula básica de toda la organización templaria en occidente fue la encomienda, administrada por un comendador. Las encomiendas fueron granjas con cierto aire militar y un tipo de construcción propia del Temple.
Con frecuencia, fuera de los muros existía un hospital y una leprosería.

La reunión de diversas encomiendas formaba una bailía. En las bailías era donde se reunían los capítulos regionales y donde eran recibidos los nuevos miembros. Por su parte, las bailías se articulaban bajo la dirección de casas provinciales. Y la unión de diversas casas provinciales formaba una provincia. Existieron nueve provincias: tres simples y seis dobles: Portugal, Aragón, Mallorca y Castilla-León; Francia y Aubernia; Inglaterra e Irlanda; Alemania y Hungría; ambas Italias, alta y baja; Pouille y Sicilia.

Las provincias simples se encontraban en contacto con los musulmanes.
No sólo las bailías, también cada encomienda tenía su casa hermana.
Se trata de la aplicación de una filosofía dualista de la existencia y la acción; cada par de caballeros, encomiendas y bailías representarían los dos aspectos de una misma cosa.

¿Pero esta dualidad no es la misma de la construcción gótica, cuyo arco sólo se mantiene por la fuerza de dos arbotantes opuestos y enfrentados?

Su título va aquí
Símbolos y Secretos

Los templarios fueron grandes maestros en el arte de la criptografía, un alfabeto secreto que se supone que utilizaban en sus transacciones mercantiles y documentos secretos. Las letras de este alfabeto particular estaban representadas con arreglo a ángulos y puntos determinados por la cruz y podían ser leídos mediante un medallón que portaban algunos caballeros.

En el templo de Jerusalén, donde instalaron su primera casa, encontrarían el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley, donde se codificaban los conocimientos transmitidos por los egipcios a Moisés. Con este bagaje, los templarios pudieron ser los artífices secretos del renacimiento cultural que se observa en la Cristiandad del siglo XIII, los impulsores de las catedrales góticas por toda Europa, y los precolombinos descubridores de América.

Hay una teoría por la cual el Gran Maestre de la Orden estaba «doblado» por un gran maestre oculto, un secreto gran maestre de la Orden, que no habría sido elegido sino designado testamentariamente por el gran maestre oculto precedente; este gran maestre sería el gran iniciado y el director real del Temple.

El Bafometo

El Bafometo se utilizó como argumento para condenar a los templarios, pero no se sabe su significado con exactitud, ni su origen, ni su función ritual. El supuesto ídolo era guardado en una alacena, y, de acuerdo con las descripciones que se ofrecen era diferente según cada lugar.

Se habla de una cabeza o busto que tendría la forma del andrógino, y al que veneraban los hermanos de la Orden. Para la mayor parte, se trataba del busto de un hombre barbudo, a veces bifronte y hasta trifronte, de madera o metal y con los ojos muy brillantes.

Posiblemente el símbolo hacía referencia al hermetismo alquímico, y representaría la unión del azufre y el mercurio filosofal, considerados como los elementos macho y hembra en la consecución de la Gran Obra.

Con toda seguridad es el «ídolo» al cual ceñían el cordón, se utilizaba como cinturón en los hábitos de casi todas las ordenes monásticas y estaba relacionado con el voto de castidad, o por lo menos lo tocaban con él.

La Alquimia

Durante siglos circuló la especie de que los templarios practicaban la alquimia y que habían descubierto la piedra filosofal.

El ideal de la alquimia, que es una ciencia esencialmente religiosa, está muy por encima de la obtención de unas onzas de oro.
En Oriente los templarios sólo pudieron adquirir aquella ciencia a través de los sufíes persas quienes a su vez parece que la habían adquirido de los documentos egipcios y, sin duda, de la famosa biblioteca de Alejandría antes de que Omar la incendiara.

En numerosos detalles arquitectónicos y relieves se encuentran símbolos que indican prácticas alquímicas por parte de la Orden.

Los números y la arquitectura

La tradición esotérica enseña que el número está en el principio del Ser sobre el triple plan divino, natural y humano. El tres, el símbolo del misterio o la Trinidad, era el número templario, y el triángulo la figura geométrica base de sus construcciones. El tres o el nueve está presente en rituales de iniciación y en sus actuaciones cotidianas. Los números simbólicos se encuentran también en todas las construcciones templarias. Por ejemplo en la iglesia del templo en París, la casa central de la Orden. La rotonda básica de la construcción se genera por triángulos equiláteros de sentidos opuestos que forman una estrella de seis puntas que se relaciona con el sello de Salomón.
Para actuar sobre el pueblo, obra civilizadora, era necesario un instrumento nuevo. El gótico apareció al tiempo del regreso de los nueve primeros caballeros.
Los templarios, alquimistas, levantaron la catedral «a mayor gloria de tu nombre, Señor».

Los constructores, y con mayor razón los proyectistas, habían de poseer algún documento científico de una calidad excepcional; por lógica, aquel documento no podía ser otro que las tablas de la Ley traídas por los nueve caballeros del Temple.

Su título va aquí
Las campañas militares de la Orden en España

La Orden del Temple no sólo hizo la guerra a los infieles para mantener abiertas y seguras las rutas de peregrinación a Tierra Santa. También son numerosos los conflictos armados que sostuvo contra otras órdenes de caballería y poderosos señores feudales. ¿Obedecieron estos enfrentamientos exclusivamente a intereses materiales, extraños al ideal espiritual de los legendarios caballeros, o existieron razones secretas de otra índole muy distinta para explicar esta actitud belicosa contra otros cristianos?

Sólo en raras ocasiones los templarios combatieron contra los cristianos por razones políticas. Sin embargo, fueron numerosas las veces que la Orden se disculpó ante reyes y nobles, precisamente por la violación de la norma de su Regla que les impedía alzar la espada contra otros cristianos. Ello les supuso no pocos roces con los gobernantes de la época, suavizados apenas por su constante disponibilidad como mediadores en estos conflictos feudales, en los cuales se revelaron como hábiles diplomáticos. Si nos limitamos tan sólo a los reinos hispánicos del medievo, contamos con tres ejemplos de la violenta defensa templaria de sus intereses en el siglo XIII.
El primero, en el reino de Castilla, tiene complejos orígenes. En 1195, ante el avance musulmán, la Orden de Alcántara abandonó sin lucha la defensa de Trujillo (Cáceres). Por esta deserción el rey, Alfonso VIII, les quitó varias posesiones; entre ellas el castillo de Ronda (Toledo), que dio a la Orden de Montegaudio. Pero al año siguiente esta pequeña orden fue anexionada al Temple y, aunque una fracción se opuso, los templarios tomaron posesión, por la fuerza, de granjas, castillos, etc. Entre éstos el nombrado de Ronda, aunque para complicar más el asunto el rey dio gran parte del pueblo y sus tierras a la Orden de Calatrava.

Curiosamente, en 1221, la citada facción de Montegaudio fue obligada a integrarse en la de Calatrava. Nuevamente una parte se rebeló contra la fusión, se encerró en sus posesiones y las entregó a los templarios, alegando aceptar la anexión previa que rechazaron en 1196. Así, el Temple entra en posesión «legal» de Ronda, que ya poseía manu militari, además del El Carpio de Tajo y Montalbán. En esta última fundaron una encomienda poderosa por partida triple: en lo militar, por su castillo; en lo económico, por los pastos, ganados, colmenas y el paso de barcas del Tajo; y en lo espiritual, por los célebres santuarios de las Vírgenes Negras de Melque, Novés y Ronda, además de la capilla y fuente milagrosa de San Millán, un donado templario que la leyenda considera hijo de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, patronos templarios de Madrid.

Tanta riqueza, acrecentada con la buena administración del Temple en un lugar estratégicamente enclavado en el camino de Aragón y Extremadura, hizo que los de Alcántara presentasen, en 1237, una demanda ante el Rey y el Papa por lo que consideraban una ocupación ilegítima.

En 1240 el tribunal delegado dictó sentencia dando la razón a los de Alcántara en lo relativo a Ronda y determinando que el Temple debía entregarles la posesión de inmediato. No obstante, cuando los primeros se presentaron en Ronda para ocupar legalmente ese dominio, una fuerte tropa templaria, mandada por los caballeros fray Miguel de Navarro y fray Pelayo Muñiz, les hicieron frente. Los del Temple se habían reforzado con mercenarios musulmanes, los «turcoples», que ayudaron a poner en fuga a las tropas de Alcántara causándoles numerosas bajas. Enfurecidos por la humillante derrota ante tales mercenarios, los alcantarinos se dirigieron hacia la granja templaria de Melque, que saquearon e incendiaron en un audaz golpe de mano.

Avisada la tropa de Ronda, por la guarnición de Montalbán, persiguió a los saqueadores, los alcanzó junto al castillo de Dos Hermanas y, en el arroyo Merlín, les masacró sin piedad. En los días siguientes estas tropas del Temple recorrieron las dehesas de Alcántara, incendiando y expoliaron hasta considerarse vengados por el asalto a Melque.

Los jueces delegados del pleito se apresuraron a excomulgar al Temple en la persona de su Maestre, pero la Orden contaba con el apoyo del arzobispo de Compostela y se limitó a obstruir el proceso con artimañas jurídicas. A pesar de intervenir el rey Alfonso X y el papa Alejandro IV, no se llegó a ninguna solución. De modo que el Temple disfrutó estas posesiones hasta su extinción en 1312.

El segundo ejemplo de enfrentamiento armado entre templarios y cristianos, parece consecuencia del primero, aunque tuvo lugar en tierras del antiguo reino de León, en la extremeña región de Coria. Las posesiones de la Órdenes Militares en Extremadura se habían convertido en grandes latifundios ganaderos, que generaban enormes ganancias. Las extensas dehesas alimentaban incontables rebaños trashumantes, al tiempo que eran lugar de paso de importantes vías de comunicación Norte-Sur y Este-Oeste, creadas a partir de las viejas calzadas romanas. La administración de tan fabulosos recursos creaba constantes disputas entre los Concejos ciudadanos y las Órdenes, y entre éstas mismas entre sí. Eran continuos los pleitos por el uso de montes, pastos, caminos, puentes o mercados, aunque no hay constancia de que hubiese llegado la sangre al río hasta mediados del siglo XIII.

Ya en 1243, tras el descalabro sufrido por los alcantarinos en Ronda, intentaron aquéllos impedir el cobro del «portazgo» templario mediante saqueos, en lugares próximos al castillo y puente de Alconetar: cañaveral, Garrovillas y otros. Los daños fueron mínimos y la cosa no pasó a mayores. Sin embargo, en 1257 la competencia entre Alcántara y el Temple rompió el frágil equilibrio que había mantenido durante años. La causa fueron dos impuestos relacionados con los ganados y mercancías. La encomienda templaria de Alconetar cobraba por el tránsito de ganado y mercancías: el «portazgo», por atravesar sus puentes, usar sus barcas y sus caminos particulares, a razón de un tanto por cabeza de ganado y vehículo.

Los demás hacían lo propio, pero parece ser que los caminos más transitados habían quedado en manos del Temple. Además, la Orden restauró entre 1230 y 1257 el puente romano de Alconetar sobre el Tajo, imprescindible en la Vía de la Plata (ruta hacia Santiago de Compostela desde el Sur), con lo cual peregrinos, ganaderos y mercaderes preferían pagarles por cruzar cómodamente el río antes que hacerlo en las lentas barcas transbordadoras de los de Alcántara. Ello, junto con la feria-mercado del pueblo de Alconetar y los peregrinos que acudían a la capilla del castillo, para venerar la milagrosa y mágica reliquia del Mantel de la Última Cena, hicieron que la presión se hiciese insoportable para la Orden de Alcántara.

Escamoteados por los sucesos de Ronda, los alcantarinos se prepararon a conciencia, decididos a mermar el poderío de sus competidores y, sin duda, deseando vengarse de la derrota toledana. El golpe estuvo bien planeado y se hizo de forma sincronizada. A finales del verano de 1257 atacaron tres lugares fortificados diferentes para impedir que las respectivas guarniciones pudiesen auxiliarse entre sí. Las víctimas fueron la aldea de Peñas Rubias y su castillo Bernardo; el pueblo de Peña Sequeros y su castillo de Nuestra Señora de Sequeros; y la villa de Benavente, con su castillo de Benavente de La Zarza. En estos tres lugares localizados entre los ríos Arrago y Erjas, que hacen frontera natural con Portugal, el ataque fue idéntico: asalto por sorpresa, sitiando a la guarnición en los castillos, para saquear a placer las aldeas y las granjas. Los de Alcántara actuaron con gran crueldad, dieron muerte a numerosos colonos templarios, incendiaron viviendas y edificios de labor, mataron los animales que no podían trasladar, talaron las dehesas y saquearon los graneros.

Cuando la guarnición templaria de Alconetar contraatacó, tras haberse reforzado con los mercenarios «turcoples», arrasaron las posesiones alcantarinas, matando también numerosos peones y algunos caballeros. Además, la tropa templaria que custodiaba el puente fortificado de Alcántara cortó el paso por dichas vías para incomunicar a sus enemigos y, de paso, perjudicar a su comercio.

Aunque en octubre el rey Alfonso X convocó a las partes ante un tribunal para dirimir el pleito y depurar responsabilidades, los ánimos se calmaron tan sólo en apariencia. En 1266 los de Alcántara volvieron a la carga. Estos habían recibido el pueblo de Zarza la Mayor, pero quisieron obtener una rentabilidad inmediata de su nueva posesión e impusieron a los pobladores numerosos y elevados impuestos. La respuesta de los habitantes de Zarza no se hizo esperar: tomaron sus enseres y animales y se trasladaron en masa al vecino pueblo de Peñafiel. Allí se ofrecieron a los templarios como colonos, a cambio de protección y pagando sus cargas, que por supuesto eran mucho más bajas.

Cuando la desairada Orden de Alcántara acudió a cobrar se encontró el pueblo abandonado. Sabido el destino de los desertores, el Maestre aparejó una hueste guerrera contra la aldea de Peñafiel. A pesar de que la aldea resultó saqueada e incendiada, los colonos consiguieron salvar sus vidas.

El tercer y último ejemplo de violencia templaria nos lleva hasta el reino de Aragón, a las tarraconenses riberas del Ebro y sus vecinas montañas de Prades. Aquí, los templarios y sus aliados de la familia Moncada se enfrentaron, durante veinte años, con la poderosa familia Entenza, en lo que en ciertos momentos se convirtió en guerra abierta.

Las desavenencias comenzaron en 1279, precisamente por el pago de impuestos a la barca-transbordadora del Ebro, que los templarios tenían en Ascó y que hacía la competencia a la barca que Berenguer de Entenza tenía en Mora de Ebro. El tribunal real dio la razón al Temple y el señor de Entenza juró odio eterno a sus enemigos.

A partir de 1281 los Entenza entraban periódicamente en las tierras templarias saqueando lugares, talando bosques y huertas, matando o tomando rehenes por los que pedían rescate. También llegaron con sus incursiones a algunos lugares de la encomienda de Horta de Sant Joan, donde estaba el santuario esotérico de la Mare de Deu dels Angels, centro de nutrida peregrinación por la fama mágico-milagrera de su Virgen Negra. Los templarios se limitaron a defenderse y a quejarse a la autoridad del rey, pero no contraatacaron.

En 1289, sin embargo, demostraron que tanta mansedumbre era sólo una táctica. A primeros de agosto los Entenza fueron convocados por el rey Alfonso III, para acudir con sus tropas a guerrear contra el rey de Mallorca Jaime II. Este era el momento para el que los templarios que sehabían estado preparando durante años. El Maestre del Temple al frente de cuarenta caballeros, cinco de ellos Comendadores, y tres mil peones auxiliados por sus aliados los Moncada que aportaron cincuenta y cinco caballeros y mil cien peones, entro el 13 de agosto en las tierras de sus enemigos y puso sitio a la villa de Mora y su castillo para inmovilizar allí a las pocas tropas que los nobles habían dejado defendiendo sus tierras. Esta orgía de sangre y fuego duró un mes.

El Rey se encolerizó al saber tal felonía y abrió diligencias con vistas a un juicio reparador, aunque la Orden del Temple se negó a cualquier avenencia. Alegaba haberse limitado a hacer justicia por los ataques previos de la noble familia feudal a sus territorios.

Ante estos hechos resulta ineludible plantearse algunas preguntas: ¿es oro todo lo que reluce?, ¿defendían los templarios únicamente sus bienes materiales?, ¿acaso en estas guerras que los enfrentaba con la cristiandad, a la que habían jurado defender, no subyacía otra intención? No sería legítimo extrapolar las razones que explican los conflictos de nuestra cultura moderna a otro contexto cultural tan distinto como el medieval. No podemos dejar a un lado la realidad de que, en los enclaves que constituyeron los escenarios de los enfrentamientos reseñados, existían unos lugares de culto especialmente importantes. Muchos de ellos corresponden a santuarios con famosas reliquias, objeto de tradiciones y leyendas, que no sólo eran parte del patrimonio material de la Orden, sino del espiritual. Con su carga de simbolismo esotérico, estos elementos resultaban fundamentales para los objetivos trascendentes que perseguía el Temple. Por eso, es altamente probable que, defendiendo la posesión de estos lugares que consideraban sagradas fuentes de poder, estaban salvaguardando las raíces mismas de su razón de ser.

En el marco de sus disputas con otros cristianos, los templarios fueron a menudo acusados de traidores por sus cordiales relaciones con los musulmanes. Es verdad, sin duda, que los legendarios caballeros mantuvieron una actitud abierta hacia las inquietudes espirituales del Islam. La Orden no sólo contrató mercenarios árabes, los «turcoples», sino también siervos para cultivar sus tierras, artesanos para sus iglesias y fortalezas y, sobre todo, grupos de intelectuales y estudiosos islámicos cuyas comunidades protegieron en tierras españolas. Fue especialmente intensa su relación con los místicos sufíes, cuya espiritualidad era del agrado del Temple. Los caballeros llegaron incluso a mantener disputas dialécticas periódicas y orgánicas con estos místicos, en cuyo marco pudieron entrar fácilmente en la heterodoxia, dada la rígida ortodoxia totalitaria que promovía la Cristiandad. En las tierras españolas objeto de litigio con otras órdenes, existieron varios ribbats (monasterios sufíes), que disfrutaron de la protección del Temple, otro hecho que respalda la sospecha de que el móvil de los conflictos reseñados pudiera ser tanto esotérico como económico.

Su título va aquí
Juicio de la Orden del Temple

En 1291 los musulmanes conquistaron San Juan de Acre, última ciudad cristiana de Tierra Santa. La caída del último bastión cristiano acarreó un cierto desprestigio para las órdenes militares, particularmente para el Temple. La situación de los templarios era muy delicada. El Temple había sido fundado exclusivamente para escoltar a los peregrinos que caminaban desde Jaffa hasta Jerusalén.

El Gran Maestre de la Orden del Temple, Jacques de Molay, y el Capítulo General residen en Chipre, ahora su base más avanzada de cara a Ultramar; esperando la ocasión para reconquistar Tierra Santa.

En Occidente, el magno edificio de la Orden parecía sólido a pesar de que la disciplina y el celo de los hermanos se habían relajado bastante en los últimos tiempos.

Su debilidad la propiciaba su gran riqueza, su poderío militar, y su numerosísima lista de propiedades, pero sobre todo la falta de contenido.

Reinaba en Francia Felipe el Hermoso. Este hombre inteligente y astuto, ambicioso y maquiavélico, estaba completamente arruinado. Para mejorar su situación económica intentó todo: alterar la moneda, limitar los beneficios de la Iglesia, expoliar a los judíos, exprimir la banca lombarda, devaluar la moneda…

Se hizo con el control de la Iglesia al hacerse completamente con el control del que iba a ser el nuevo Papa, Bertrand de Goth, obispo de Comminges. Nace así un nuevo Papa, Clemente V, es coronado en Lyón el 15 de noviembre de 1305.

Controlar el poder y los bienes de la Orden del Temple era difícil pero no imposible, puesto que los templarios estaban subordinados al Papa y éste lo estaba, virtualmente, a Felipe el Hermoso desde que accediera a trasladar la Santa Sede a Avignon.
Felipe IV proseguía con sus artimañas; intentó introducir a uno de sus hijos en la Orden, para que llegase a Gran Maestre. Intentó fusionar el Temple y el Hospital, Jacques Molay se opuso al proyecto en un memorándum presentado al Papa, lo que irritaría profundamente al Rey Felipe, a partir de este momento se levantó la veda para la caza y captura de la Orden del Temple.

Clemente V manda venir desde Chipre a Jacques de Molay, 1306. El Gran Maestre no estuvo a la altura a la que debió haber estado, no supo calibrar lo cerca que estaba del desastre, y sin la menor precaución se presenta en París acompañado de algunos grandes oficiales de la Orden y con una importante remesa de oro y plata, que constituía una buena parte del tesoro de la Orden.

Son recibidos fastuosamente por el Rey y enseguida pide un nuevo préstamo a los templarios que lo conceden inmediatamente.

Un antiguo templario, Esquin de Floyrac, un hombre resentido que había sido expulsado de la Orden, fue a Jaime II de Aragón con horribles denuncias contra los templarios. Como el aragonés no le concedió el menor crédito, marchó a Francia para repetir las acusaciones ante los juristas del consejo real. Felipe el Hermoso y su calculador canciller Guillermo de Nogaret lo escucharon interesados. No les fue difícil dar con otros antiguos templarios expulsados de la Orden y dispuestos igualmente a difamarla.

Los templarios seguían confiados y no se tomaron medidas de protección, puede decirse que la negligencia de Jacques de Molay fue criminal y lo hubieron de pagar muy caro el resto de sus hermanos.

El 14 de septiembre de 1307 circuló la orden de arrestar y entregar a la Inquisición a todos los templarios de Francia. En la requisitoria de detención de los templarios se sugiere a los oficiales del rey la práctica de tortura para que los reos confesaran dichas acusaciones. El cuestionario del inquisidor quedó establecido en los siguientes puntos:

– Que renegaban de Cristo y escupían sobre la cruz en la ceremonia de admisión en la Orden.
– Que en esta ceremonia se intercambiaban besos obscenos.
– Que los sacerdotes de la Orden omitían las palabras de la Consagración.
– Que practicaban la sodomía.
– Que adoraban ídolos.
– Que se confesaban mutuamente y que el presidente del capítulo perdonaba los pecados.

La orden de detención llevaba la requisitoria del inquisidor de Francia, Guillermo de París, casualmente confesor del rey.

Los interrogatorios fueron de diferente clase, al Gran Maestre, y oficiales de la cúpula templaría, se les interrogaba con sutileza, con diálogo no exento de violencia, a veces con la tortura.

Para el resto de los templarios el nivel de aplicación de la tortura fue brutal y sistemático, confesando todo lo que se pedía, confesiones que fueron extensamente difundidas; los que prefirieron la muerte al deshonor o no soportaron la tortura, fueron hechos desaparecer discretamente.

Jacques de Molay declaró su culpabilidad de todos los cargos presentados y además accedió hacerlo públicamente; envió cartas a todos los prisioneros recomendando la confesión. Quedando totalmente traicionados los templarios prisioneros y sin un apoyo moral para defender su inocencia.

El concilio de Vienne acordó la suerte de los templarios procesados. El 18 de marzo de 1314 el Gran Maestre, fue conducido junto con otros notables de la Orden, al atrio de la catedral de París. En aquel marco solemne el tribunal dictó sentencia condenatoria. Jacques de Molay y los otros grandes dignatarios templarios fueron condenados a cadena perpetua. La reacción del Maestre, que quizá había negociado una pena liviana a cambio de sus vergonzosas inculpaciones, fue proclamar que las herejías imputadas a los templarios eran completamente falsas y que la Orden del Temple era santa, justa y católica. Aquella misma tarde Jacques de Molay y otros treinta y seis templarios fueron quemados en la hoguera, en una isla del Sena.

El papa Clemente V falleció apenas transcurrido un mes de la muerte del Gran Maestre. Ocho meses más tarde lo seguía a la tumba Felipe IV el Hermoso. La misma oscura suerte corrió el canciller Nogaret. Enguerand de Marigny, el siniestro ministro de finanzas del rey, murió ahorcado al año siguiente. Guillamme de Plaisians murió también al poco tiempo, sin haber alcanzado la riqueza y los honores que pensaban. Esquieu Froyrac, el traidor, murió apuñalado. De un modo u otro todos los actores de este drama desaparecieron del escenario en cuanto cayó el telón; como si el grito de Molay pidiendo venganza hubiera sido escuchado en lo más profundo del Universo.

Las reacciones de los monarcas de las diferentes provincias templarías fueron muy diversas y en ningún caso se dio el trato criminal que les dio Felipe IV, muy al contrario, los templarios no fueron molestados en esos reinos hasta muy avanzado el proceso en Francia, nadie creía las nauseabundas calumnias del rey francés.

En Inglaterra los templarios guardaron la pena de perpetua penitencia, según el Concilio de Londres, la que cumplieron en la paz e intimidad de los claustros, no hubo la menor violencia.

En Italia hubo una mayor controversia, se utilizó tortura, surgieron confesiones; pero los Concilios de Ravena y Pisa acordaron entender como inocentes a los templarios.
En Portugal los miembros de la extinta Orden del Temple fueron acogidos por el rey Dionis en una nueva Orden llamada de Cristo que mantiene su existencia en nuestros días.

En Alemania se organizó el Sínodo de Maguncia en el que se dictó sentencia absolutoria. Los templarios alemanes se dispersaron por el mundo, aunque la mayoría encontraron fraternal acogida en la Orden Teutónica.

En España según las diferentes zonas hay que distinguir diferentes sucesos. Jaime II de Aragón cambió de parecer al recibir cartas de Felipe IV; intentó asumir las posesiones del Temple, encontrando una clara oposición por parte de los templarios de su reino. En el Concilio de Tarragona fueron absueltos. En Castilla-León los templarios pasaron a otras Órdenes Religiosas.

Su título va aquí
Grandes Maestres del Temple

Nombre   Procedencia   Mandato
———————————————————————————————————-
1 Hugo de Payns Champaña 1118/19-24 mayo 1136/1137
2 Robert de Craon Maine (región de Vitré) 1136/37-13 enero 1149
3 Everard des Barres Champaña (Meaux) 1149-1152
4 Bernard de Trémelay Franco Condado 1152-16 agosto 1153
5 André de Montbard Borgoña 1153-17 enero 1156
6 Beltrán de Blanchefort Berry 1156-2 enero 1169
7 Felipe de Naplusia Tierra Santa 1169-1171
8 Eudes de Saint-Amand Provenza 1171-8 octubre 1179
9 Arnaldo de Torroja Aragón 1180-30 septiembre 1184
10 Gerardo de Ridefort Flandes 1185-4 octubre 1189
11 Robert de Sablé Maine 1191-28 septiembre 1193
12 Gilberto Erail Aragón 1194-21 diciembre 1200
13 Felipe de Plessis Anjou 1201-12 febrero 1209
14 Guillaume de Chartres Chartres 1210-25 agosto 1219
15 Pedro de Montaigú Aragón 1219-28 enero 1232
16 Armand de Périgord Périgord 1232-17 octubre 1244
17 Ricardo de Bures Tierra Santa 1244/45-9 mayo 1247
18 Guillaume de Sonnac Rouergue 1247-11 febrero 1250
19 Rinald de Vichiers Champaña 1250-20 enero 1256
20 Tomás Berard Inglaterra 1256-25 mayo 1273
21 Guillaume de Beaujeu Beaujolais 1273-18 mayo 1291
22 Teobaldo Gaudin Chartres-Blois 1291-16 abril 1293
23 Jacques de Molay Franco Condado 1294-18 marzo 1314.

La regla primitiva de los Templarios

Prólogo a la regla del Temple

1. Nos dirigimos, en primer lugar a todos aquellos quienes con discernimiento rechazan su propia voluntad y desean de todo corazón, servir a su rey soberano como caballero; llevar con supremo afán, y permanentemente, la muy noble armadura de la obediencia. Y por tanto, nosotros os invitamos, a seguir a los escogidos por Dios de entre la masa de perdición y a quienes ha dispuesto, en virtud de su sutil misericordia, defender la Santa Iglesia, y que vosotros anheláis abrazar por siempre.

2. Por sobre todas las cosas, quienquiera que ser un caballero de Cristo, escogiendo estas sagradas ordenes en su profesión de fe, debe unir sencilla diligencia y firme perseverancia, que es tan valiosa y sagrada, y se revela tan noble, que si se mantiene impoluta para siempre, merecerá acompañar a los mártires que dieron sus almas por Cristo Jesús. En esta orden religiosa ha florecido y se revitaliza la orden caballeresca.

La caballería, a pesar del amor por la justicia que constituye sus deberes, no cumplió con sus con ellos, defendiendo a los pobres, viudas, huérfanos e iglesias, sino que se aprestaron a destruir, despojar y matar. Dios que actúa conforme a nosotros y nuestro salvador Cristo Jesús; ha enviado a sus partidarios desde la ciudad Santa de Jerusalén a los acuartelamientos de Francia y Borgoña, para nuestra salvación y muestra de la verdadera fe, pues no cesan de ofrecer sus vidas por Dios, en piadoso sacrificio.

3. Ante ello nosotros, en completo gozo y hermandad, por requerimiento del Maestro Hugues de Payen, por quien la mencionada orden caballeresca ha sido fundada con la gracia del Espíritu Santo, nos reunimos en Troyes, de entre varias provincias más allá de las montañas, en la fiesta de San Hilario, en el año de la encarnación de Cristo Jesús de 1128, en el noveno año tras la fundación de la anteriormente mencionada orden caballeresca. De la conducta e inicios de la Orden de Caballería hemos escuchado en capítulo común de labios del anteriormente citado Maestro, Hermano Hugues de Payen; y de acuerdo con las limitaciones de nuestro entendimiento, lo que nos pareció correcto y beneficioso alabamos, y lo que nos pareció erróneo rechazamos.

4. Y todo lo que aconteció en aquel Consejo no puede ser contado ni recontado; y para que no sea tomado a la ligera por nosotros, sino considerado con sabia prudencia, lo dejamos a discreción de ambos nuestro honorable padre el Señor Honorio y del noble Patriarca de Jerusalén, Esteban, quien conoce los problemas del Este y de los Pobres Caballeros de Cristo; por consejo del concilio común lo aprobamos unánimemente. Aunque un gran número de padres religiosos reunidos en capítulo aprobó la veracidad de nuestras palabras, sin embargo no debemos silenciar los verdaderos pronunciamientos y juicios que emitieron.

5. Por tanto yo, Jean Michel, a quien se ha encomendado y confiado tan divino oficio, por la gracia de Dios, he servido de humilde escriba del presente documento por orden del consejo y del venerable padre Bernardo, abad de Clairvaux.

Los nombres de los Padres que asistieron al Concilio.

6. Primero fue Mateo, obispo de Albano, por la gracia de Dios, legado de la santa Iglesia de Roma; R[enaud], arzobispo de Reims; H[enri], arzobispo de Sens; y sus clérigos: G[ocelin], obispo de Soissons; el obispo de París; el obispo de Troyes; el obispo de Orlèans; el obispo de Auxerre; el obispo de Meaux; el obispo de Chalons; el obispo de Laon; el obispo de Beauvais; el abad de Vèzelay, quien posteriormente fue arzobispo de Lyon y legado de la Iglesia de Roma; el abad de Cîteaux; el abad de Pontigny; el abad de Trois-Fontaines; el abad de St Denis de Reims; el abad de St-Etienne de Dijon; el abad de Molesmes; al anteriormente mencionado B[ernard], abad de Clairvaux: cuyas palabras el anteriormente citado alabó francamente. También estuvieron presentes el maestro Aubri de Reims; maestro Fulcher y varios otros que sería tedioso mencionar. Y de los otros que no se han mencionado, es importante asentar, en este asunto, de que son amantes de la verdad: ellos son, el conde Theobald; el conde de Nevers; Andrè de Baudemant. Estuvieron en el concilio y actuaron de tal proceder, con perfecto y cuidadoso estudio seleccionando lo correcto y desechando lo que no les parecía justo.

7. Y también presente estaba el Hermano Hugues de Payen, Maestre de Caballería, con algunos de los hermanos que le acompañaron. Estos eran Hermano Roland, Hermano Godefroy, y Hermano Geoffroi Bisot, Hermano Payen de Montdidier, Hermano Archambaut de Saint-Amand. El propio Maestre Hugues con sus seguidores antedichos, expusieron las costumbres y observancias de sus humildes comienzos y uno de ellos dijo: Ego principium qui et loquor vobis, que significa: «Yo quien habla a vosotros soy el principio» según mi personal recuerdo.

8. Agradó al concilio común que las deliberaciones se hicieran allí, y el estudio de las Sagradas Escrituras, que se examinaron profundamente, con la sabiduría de mi señor H[onorius], papa de la Santa Iglesia de Roma y del patriarca de Jerusalén y en conformidad con el capítulo. Juntos, y de acuerdo con los Pobres Caballeros de Cristo del Templo que está en Jerusalén, se debe poner por escrito y no olvidado, celosamente guardado de tal forma, que para una vida de observancia se puedan referir a su creador; comparación más dulce que la miel en paridad con Dios; cuya piedad parece óleo, y nos permite ir hacia Él a quien deseamos servir. Per infinita seculorum secula. Amen

Aquí comienza la Regla de los Pobres caballeros del Temple.

9. Vosotros los que renunciáis a vuestra voluntad, y vosotros otros los que servís a un rey soberano con caballos y armas, para salvación de vuestras almas y por tiempo establecido, acudiréis con deseo virtuoso a oír matines y el servicio completo, según la ley canónica y las costumbres de los maestros de la Ciudad Santa de Jerusalén. Oh vosotros venerables hermanos, que Dios sea con vosotros, si prometéis despreciar el mundo por perpetuo amor a Dios, desterrar las tentaciones de vuestro cuerpo; sostenido por el alimento de Dios, beber y ser instruido en los mandamientos de Nuestro Señor; al final del oficio divino, ninguno debe temer entrar en batalla si por ende lleva tonsura.

10. Pero si cualquier hermano es enviado por el trabajo de la casa y por la Cristiandad al Este – algo que creemos ocurrirá frecuentemente- y no puede oír el divino oficio, deberá decir en lugar de matines trece padrenuestros; siete por cada hora y nueve por vísperas. Y todos juntos le ordenamos que así lo haga. Pero aquellos que han sido enviados y no puedan volver para asistir al divino oficio, si les es posible a las horas establecidas, que no deberán ser omitidas, rendir a Dios su homenaje.

La Forma en que deben ser recibidos los Hermanos.

11. Si cualquier caballero seglar o cualquier otro hombre, desea dejar la masa de perdición y abandonar la vida secular escogiendo la vuestra en comunidad, no consintais en recibirlo inmediatamente, porque según ha dicho mi Señor San Pablo: Probate spiritus si ex Deo sunt. Que quiere decir: «Prueba el alma a ver si viene de Dios» Sin embargo, si la compañía de sus hermanos le debe ser concedida, dejad que le sea leída la Regla, y si desea explícitamente obedecer los mandamientos de la Regla, y complace tanto al Maestre como a los hermanos el recibirle, dejadle revelar su deseo ante todos los hermanos reunidos en capítulo y hacer su solicitud con corazón digno.

Sobre Caballeros excomulgados.

12.Donde sepáis que se concentran caballeros excomulgados, allí os obligamos a ir; y si alguien desea unirse a la orden de caballería proveniente de regiones lejanas, no deberéis considerar tanto el valor terrenal como el de la eterna salvación de su alma. Nosotros ordenamos que sea recibido condicionalmente, que se presente ante el obispo de la provincia y le comunique su intención. Y, cuando el obispo lo haya escuchado y absuelto, lo enviará al Maestre y hermanos del Temple, y si su vida es honesta y merecedora de su compañía, si parece justo al Maestre y hermanos, dejad que sea piadosamente recibido; y si muriera durante ese tiempo, por la angustia y tormento que ha sufrido, dejad que se le otorguen todos los favores de la hermandad, dados a cada uno de los Pobres Caballeros del Temple.

13. Bajo ninguna otra circunstancia, deberá los hermanos del Temple compartir la compañía de los indiscutiblemente excomulgados, ni que se queden con sus pertenencias; y esto debe ser prohibido encarecidamente porque sería terrible que fueran asimismo repudiados. Pero si solo le ha sido prohibido escuchar el Divino Oficio, es ciertamente posible permanecer en su compañía, así como quedarse con sus pertenencias, entregándolas a la caridad con el permiso de su comandante.

Sobre no aceptar niños.

14. Aunque la regla de los santos padres permite recibir a niños en la vida religiosa, nosotros lo desaconsejamos. Porque aquel que desee entregar a su hijo eternamente en la orden caballeresca deberá educarlo hasta que sea capaz de llevar las armas con vigor, y liberar la tierra de los enemigos de Cristo Jesús. Entonces que su madre y padre lo lleven a la casa y que su petición sea conocida por los hermanos; y es mucho mejor que no tome los votos cuando niño sino al ser mayor, pues es conveniente que no se arrepienta de ello, a que lo haga. Y seguidamente que sea puesto a prueba de acuerdo con la sabiduría del Maestre y hermanos conforme a la honestidad de su vida al solicitar ser admitido en la hermandad.

Sobre los que están de pie demasiado tiempo en la Capilla.

15. Se nos ha hecho saber, y lo hemos escuchado de testigos presenciales, quede forma inmoderada y sin restricción alguna, vosotros escucháis el divino oficio de pie. Nosotros no ordenamos que os comportéis de esta forma, al contrario lo desaprobamos. Disponemos, que tanto los fuertes como los débiles, para evitar desordenes, canten el salmo llamado Venite, con la invitatoria y el himno sentados, y digan sus oraciones en silencio, en voz baja no voceando, para no perturbar las oraciones de los otros hermanos.

16. Pero al final de los salmos, cuando se canta el Gloria patri, en reverencia a la Santísima Trinidad, os pondréis de pie y os inclinareis ante el altar, mientras los débiles o enfermos solo inclinarán la cabeza. Por tanto mandamos; que cuando la explicación de los Evangelios sea leída, y se cante el Te deum laudamus, y mientras se cantan los laudes, y los maitines terminan, vosotros estéis de pie. De esta misma forma dictaminamos que permanezcáis de pie durante maitines y en todas las horas de Nuestra Señora.

Sobre la vestimenta de los Hermanos.

17. Disponemos que todos los hábitos de los hermanos sean de un solo color, bien sea blanco, negro o marrón. Y sugerimos que tanto en invierno como en verano si es posible, lleven capas blancas; y a nadie que no pertenezca la mencionada caballería de Cristo le será permitido tener una capa blanca, para que quienes hayan abandonado la vida en oscuridad se reconozcan los unos a los otros como seres reconciliados con su creador por el signo de sus hábitos blancos: que significa pureza y completa castidad. La Castidad es certeza en el corazón y salud en el cuerpo. Por lo que si un hermano no toma votos de castidad no puede acceder al eterno descanso ni ver a Dios, por la promesa del apóstol que dijo: Pacem sectamini cum omnibus et castimoniam sine qua nemo Deum videbit. Que significa: «Lucha para llevar la paz a todos, manténte casto, sin lo cual nadie puede ver a Dios».

18. Pero estas vestiduras deberán mantenerse sin riquezas y sin ningún símbolo de orgullo. Y así, nosotros exigimos que ningún hermano lleve piel en sus vestidos, ni cualquier otra cosa que no pertenezca al uso del cuerpo, ni tan siquiera una manta que no sea de lana o cordero. Concertamos en que todos tengan lo mismo, de tal forma que puedan vestirse y desvestirse, y poner y quitarse las botas con facilidad. Y el sastre, o quien haga sus funciones, deberá mostrarse minucioso y cuidar que se mantenga la aprobación de Dios en todas las cosas mencionadas, para que los ojos de los envidiosos y mal intencionados no puedan observar que las vestiduras sean demasiado largas o cortas; deberá distribuirlas de tal manera que sean de la medida de quien las ha de llevar, según la corpulencia de cada uno.

19. Y si alguno por orgullo o arrogancia desea tener para él un mejor y más fino hábito, dadle el peor. Y aquellos que reciban vestiduras nuevas deberán inmediatamente devolver las viejas, para que sean entregadas a escuderos y sargentos, y a menudo a los pobres, según lo que considere conveniente el encargado de ese menester.

Sobre las Camisas.

20. Entre otros asuntos sobre los que regulamos, debido al intenso calor existente en el Este, desde Pascua hasta todos los Santos, gracias a la compasión y de ninguna forma como derecho, una camisa de lino será entregada al hermano que así lo solicite.

Sobre la Ropa de Cama.

21. Ordenamos por unánimemente que cada hombre tenga la ropa y sábanas de acuerdo con el juicio de su Maestre. Es nuestro propósito que un colchón, un almohadón y una manta son suficientes para cada uno; y aquél a quien le falte uno de éstos puede usar una alfombra, y una manta de lino siempre que sea de pelo fino. Y dormirán siempre vestidos con camisa y pantalón, y zapatos y cinturones, y donde reposen deberá haber siempre una luz encendida hasta la mañana. Y el Sastre se asegurará que los hermanos estén tan bien tonsurados que puedan ser examinados tanto de frente como de espaldas; y nosotros ordenamos que vosotros os adhiráis a esta misma conducta en lo tocante a barbas y bigotes, para que ningún exceso se muestre en sus cuerpos.

Sobre Zapatos puntiagudos y Cordones de lazo.

22. Prohibimos los zapatos puntiagudos y los cordones de lazo y condenamos que un hermano los use; ni los permitimos a quienes sirvan en la casa por tiempo determinado; más bien, prohibimos que los utilicen en cualquier circunstancia. Porque es manifiesto y bien sabido que estas cosas abominables pertenecen a los paganos. Tampoco deberán llevar ni el pelo ni el hábito demasiado largos. Porque aquellos que sirven al soberano creador deben surgir de la necesidad dentro y fuera mediante la promesa de Dios mismo quien dijo: Estote mundi quia ego mundus sum. Que quiere decir: «Nace como yo nazco»

Cómo deben comer.

23. En el palacio, o lo que debería llamarse refectorio, deberéis comer juntos. Pero si estáis necesitados de algo, pues no estáis acostumbrados a los utilizados por los religiosos, quedamente y en privado deberéis pedir lo que necesitéis en la mesa, con toda humildad y sumisión. Porque el Apóstol dijo: Manduca panem tuum cum silentio. Que significa: «Come tu pan en silencio». Y el salmista: Posui ori meo custodiam. Que quiere decir: «Yo reprimí mi lengua» Que significa que «Yo creo que mi lengua me traicionaría» lo que es, «Callé para no hablar mal».

Sobre la Lectura de la Lección.

24. Siempre, durante la comida y cena en el convento, que se lean las Sagradas Escrituras, si ello es posible. Si amamos a Dios, sus Santas palabras y sus Santos Mandamientos, desearemos escuchar atentamente; y el lector da texto os reclamará silencio antes de comenzar a leer.

Sobre Pucheros y Vasos.

25. Debido a la escasez de pucheros, los hermanos comerán por parejas, de tal forma que uno pueda observar más de cerca al otro, y para que ni la austeridad ni la abstinencia en secreto sean introducidas, en la comida de comunidad. Y nos parece justo que cada hermano tenga la misma ración de vino en su copa.

Sobre comer Carne.

26. Deberá ser suficiente, comer carne tres veces por semana, excepto por Navidad, Todos los Santos, la Asunción y la festividad de los doce apóstoles. Porque se entiende que la costumbre de comer carne corrompe el cuerpo. Pero si un ayuno en el que se debe suprimir la carne cae en Martes, al día siguiente será dada en cantidad a los hermanos. Y los Domingos todos los hermanos del Temple, los capellanes y clérigos recibirán dos ágapes de carne en honor a la santa resurrección de Cristo Jesús. Y el resto de la casa, que incluye los escuderos y sargentos, deberán contentarse con una comida y estar agradecidos al Señor por ella.

Sobre las comidas entre Semana.

27. Sobre los otros días de la semana, que son Lunes, Miércoles e incluso Sábados, los hermanos tengan dos o tres comidas de vegetales u otros platos comidos con pan; y nosotros creemos que es suficiente y ordenamos que así sea. De tal manera que aquel que no coma en una comida, lo haga en la otra.

Sobre la comida del Viernes.

28. Los Viernes, que se ofrezca a toda la congregación, comida cuaresmal, surgida de la reverencia hacia la pasión de Cristo Jesús; y haréis abstinencia desde la festividad de Todos los Santos hasta la Pascua, excepto el día de Navidad, la Asunción y la festividad de los doce apóstoles. Pero los hermanos débiles o enfermos no deberán ser obligados a esto. Desde Pascua hasta la fiesta de Todos los Santos pueden comer dos veces, mientras no sea abstinencia general.

Sobre Dar las Gracias.

29. Siempre, después de cada comida o cena todos los hermanos deberán dar gracias a Dios en la iglesia y en silencio si ésta se encuentra del lugar dónde comen, y si no lo está en el mismo lugar en donde hayan comido. Con humildad deberán dar gracias a Cristo Jesús quien es el Señor que Provee. Dejad que los trozos de pan roto, sean dados a los pobres y los que estén en rodajas enteras, sean guardados. Aunque la recompensa de los pobres sea el reino de los cielos, se ofrecerá a los pobres sin dudarlo, y la fe Cristiana os reconocerá entre los suyos; por tanto concertamos, que una décima parte del pan sea entregado a vuestro Limosnero.

Sobre la Merienda.

30. Cuando cae el sol y comienza la noche escuchad la señal de la campana o la llamada a oración, según las costumbres del país, y acudid todos a capítulo. Pero disponemos que primero merendéis; si bien dejamos la toma de este refrigerio al arbitrio y discreción del Maestre. Cuando queráis agua u ordenéis, por caridad, vino aguado, que se os dé con comedimiento. Ciertamente, no deberá ser en exceso, sino con moderación. Porque Salomón dijo: Quia vinum facit apostatare sapientes. ÃÃ ÄÄ Que quiere decir que el vino corrompe a los sabios.

Sobre mantenerse en Silencio.

31. Cuando los hermanos salgan del capítulo no deben hablar abiertamente excepto en una emergencia. Dejad que cada uno vaya a su cama tranquilo y en silencio, y si necesita hablar a su escudero, se lo deberá decir en voz baja. Pero si por casualidad, a la salida del capítulo, la caballeresca o la casa tiene un serio problema, que debe ser solventado antes de la mañana, entendemos que el Maestre o el grupo de hermanos mayores que gobiernan la Orden por el Maestre, puedan hablar apropiadamente. Y por esta razón obligamos que sea hecho de esta manera.

 32. Porque está escrito: In multiloquio non effugies peccatum. Que quiere decir que el hablar en demasía no está libre de pecado. Y en algún otro lugar: Mors et vita in manibus lingue. Que significa: ‘La vida y la muerte están bajo el poder de la lengua.’ Y durante esa conversación nosotros conjuntamente prohibimos palabras vanas y estruendosos ataques de risa. Y si algo se dice, durante esa conversación, que no debería haberse dicho, ordenamos que al acostaros recéis un paternoster con notable humildad y sincera devoción.

Sobre los Hermanos Convalecientes.

33. Los hermanos que por el trabajo de la casa padezcan enfermedad pueden levantarse a la matinas con el consentimiento y permiso del Maestre o de aquellos que se encarguen de ese menester. Deberán decir en lugar de las matinas trece paternosters, así queda establecido, de tal forma y manera que sus palabras reflejen su corazón. Así lo dijo David: Psallite sapienter. Que significa: ‘Canta con sabiduría.’ E igualmente dijo David: In conspectu Angelorum psallam tibi. Que significa: ‘Yo cantaré para ti ante los ángeles.’ Y dejad que esto sea siempre así y a la discreción del Maestre o de aquellos encargados de tal menester.

Sobre la Vida en Comunidad.

34. Leemos en las Sagradas Escrituras: Dividebatur singulis prout cuique opus erat. Que significa que a cada uno le será dado según su necesidad. Por esta razón nosotros decimos que ninguno estará por encima de vosotros, sino que todos cuidareis de los enfermos; y aquél que esté menos enfermo dará gracias a Dios y no se preocupará; y permitiréis que aquel que esté peor se humille mediante su debilidad y no se enorgullezca por la piedad. De este modo todos los miembros vivirán en paz. Y prohibimos a todos que abracen la excesiva abstinencia; si no que firmemente mantengan la vida en comunidad.

Sobre el Maestre.

35. El Maestre puede a quien le plazca entregar el caballo y la armadura y lo que desee de otro hermano, Y el hermano cuya cosa pertenecía no se sentirá vejado ni enfadado: porque es cierto que si se enfada irá contra Dios.

Sobre dar Consejos.

36. Permitir solo a aquellos hermanos que el Maestre reconoce que darán sabios y buenos consejos sean llamados a reunión; y así lo ordenamos, y que de ninguna otra forma alguien pueda ser escogido. Porque cuando ocurra que se desee tratar de materias serias; como la entrega de tierra comunal, o hablar de los asuntos de la casa, o recibir a un hermano, entonces si el Maestre lo desea, es apropiado reunir la congregación entera para escuchar el consejo de todo el capítulo; y lo que considere el Maestre mejor y más beneficioso, dejar que así se haga.

Sobre los Hermanos enviados a Ultramar.

37. Los Hermanos que sean enviados a diversos países del mundo deberán cuidar los mandatos de la Regla según su habilidad y vivir sin desaprobación respecto a la carne y el vino, etc. para que reciban elogio de extraños y no mancillar por hecho o palabra los preceptos de la Orden, y para ser un ejemplo de buenas obras y sabiduría; por encima de todo, para que aquellos con quienes se asocien y en cuyas posadas reposen, sean recibidos con honor. Y a ser posible, la casa donde duerman y se hospeden que no quede sin luz por la noche, para que los tenebrosos enemigos no los conduzcan a la maldad, dado que Dios así lo prohibe.

Sobre Mantener la Paz.

38. Cada hermano debe asegurarse de no incitar u otro a la ira o enojo, porque la soberana piedad de Dios ve al hermano fuerte igual que al débil, en nombre de la Caridad.

Cómo deben actuar los Hermanos.

39. A efecto de llevar a cabo sus santos deberes, merecer la Gloria del Señor y escapar del temible fuego del infierno, es acorde que todos los hermanos profesos obedezcan estrictamente a su Maestre. Porque nada es más agradable a Cristo Jesús que la obediencia. Por esta razón, tan pronto algo sea ordenado por el Maestre o en quien haya delegado su autoridad, deberá ser obedecido sin dilación como si Cristo lo hubiese impuesto. Por ello Cristo Jesús por boca de David dijo y es cierto: Ob auditu auris obedivit mihi. Que quiere decir: ‘Me obedeció tan pronto me escuchó».

40. Por esta razón rezamos y firmemente dictaminamos a los hermanos caballeros que han abandonado su ambición personal y a todos aquellos que sirven por un período determinado a no salir por pueblos o ciudades sin el permiso del Maestre o de quien él haya delegado; excepto por la noche al Sepulcro y otros lugares de oración dentro de los muros de la ciudad de Jerusalén.

41. Allí, irán los hermanos por parejas, de otra forma no podrán salir ni de día ni de noche; y cuando se detienen en una posada, ningún hermano, escudero o sargento puede acudir a los aposentos de otro para verlo o hablar con él sin permiso, tal y como se ha dicho. Ordenamos por unánime consentimiento que en esta Orden regida por Dios, ningún hermano deberá luchar o descansar según su voluntad, sino siguiendo las ordenes del Maestre, a quien todos deben someterse, para que sigan las indicaciones de Cristo Jesús que dijo: Non veni facere voluntatem meam, sed ejus que misit me, patris. Que significa: ‘Yo no vine a hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de mi padre quien me envió.’

Cómo deben Poseer e Intercambiar.

42. Sin el permiso del Maestre o quien en su lugar ostente el cargo, que ningún hermano intercambie cosa alguna con otro, ni así lo pida, a menos que sea de escaso o nulo valor.

Sobre Cerrojos.

43. Sin permiso del Maestre o quien le represente, ningún hermano tendrá una bolsa o monedero que se pueda cerrar; pero los directores de casas o provincias y el Maestre no se atendrán a esto. Sin el consentimiento del Maestre o su comandante, que ningún hermano tenga cartas de sus parientes u otras personas; pero si tiene permiso, y así lo quiere el Maestre o comandante, estas cartas le pueden ser leídas.

Sobre Regalos de Seglares.

44. Si algo que no se puede conservar, como la carne, es regalado en agradecimiento, a un hermano por un seglar, lo presentará al Maestre o al Comandante de Avituallamiento. Pero si ocurre que uno de sus amigos o parientes desea regalárselo solo a él, que no lo acepte sin el permiso del Maestre o su delegado. Es más, si el hermano recibe cualquier otra cosa de sus parientes, que no lo acepte sin permiso del Maestre o de quien ostente el cargo. Especificamos, que los comandantes o mayordomos, que están a cargo de estos menesteres, que no se atengan a la citada regla.

Sobre Faltas.

45. Si algún hermano, hablando o en soldadesca, o de algún otro modo, comete una pecado venial, deberá voluntariamente decírselo al Maestre, para redimirse con el corazón limpio. Si no acostumbra a redimirse de este modo, que reciba una penitencia leve, pero si la falta es muy seria que se aleje de la compañía de sus hermanos de tal forma que no coma ni beba en la mesa con ellos, sino solo; y se someterá a la piedad y juicio del Maestre y hermanos, para que sea salvado el día del Juicio Final.

Sobre faltas Graves.

46. Por encima de todo, debemos asegurarnos que ningún hermano, poderoso o no, fuerte o débil, que desee promocionarse gradualmente devenga orgulloso, defienda su crimen y permanezca sin castigo. Pero si no quiere someterse por ello que reciba un castigo mayor. Y si misericordiosas oraciones del consejo se rezan por él a Dios, y él no quiere enmendarse, si no que se enorgullece más y más de ello, que sea erradicado del rebaño piadoso; según lo que el apóstol dice: Auferte malum ex vobis. Que quiere decir: «Aparta los malvados de entre los tuyos». Es necesario para vosotros separar las ovejas perversas de la compañía de los piadosos hermanos.

47. Es más, el Maestre, que debe llevar en su mano el báculo – y bastón de mando que sostiene las debilidades y fortalezas de los demás; deberá ocuparse de ello. Pero también, como mi señor St Maxime dijo: «Que la misericordia no sea mayor que la falta; ni que el excesivo castigo encamine al pecador a regresar a sus malas acciones.»

Sobre las Murmuraciones

48. Disponemos por divino consejo, el evitar las plagas: de envidia, murmuración, despecho y calumnia. Por tanto cada uno debe guardar celosamente los que el apóstol dijo: Ne sis criminator et susurro in populo. Que significa: ‘No acuses o perjudiques al pueblo de Dios.’ Pero cuando un hermano sepa con certeza que su compañero ha pecado, en privado y con fraternal misericordia que sea él mismo quien lo amoneste secretamente, y si no quiere escuchar, otro hermano deberá ser llamado, y si los rehusa a ambos, deberán decirlo públicamente ante el capítulo. Aquellos que deprecian a sus semejantes sufren de terrible ceguera y muchos están llenos de gran tristeza ya que no desarraigan la envidia que sienten hacia otros; y por ello serán arrojados hacia la inmemorial perversidad del demonio.

Que Nadie se Enorgullezca de sus Faltas.

49. Las palabras vanas se sabe son pecaminosas, y las dicen aquellos que se enorgullecen de su propio pecado ante el justo juez Cristo Jesús; lo que queda demostrado por las palabras de David: Obmutui et silui a bonis. Que significa que uno debería incluso refrenarse de hablar bien, y observar el silencio. Asimismo prevenid hablar mal, para evitar la desgracia del pecado. Ordenamos y firmemente prohibimos a un hermano que cuente a otro hermano o a cualquiera, las valientes acciones que llevó a cabo en su vida seglar y los placeres de la carne que mantuvo con mujeres inmorales. Deberán ser consideradas faltas cometidas durante su vida anterior y si sabe que ha sido expresado por algún otro hermano, deberá inmediatamente silenciarlo; y si no puede lograrlo, abandonará el lugar sin permitir que su corazón se mancille por estas palabras.

Que Nadie Pida.

50. A esta costumbre de entre otras, ordenamos que os adhiráis firmemente: que ningún hermano explícitamente pida el caballo o la armadura de otro. Se hará de la siguiente manera: si la enfermedad de un hermano o la fragilidad de sus animales o armadura es conocida y por lo tanto no puede hacer el trabajo de la casa sin peligro, que acuda al Maestre, y exponga la situación en solícita fe y verdadera fraternidad, y se atenga a la disposición del Maestre o de quien ostente su cargo.

Sobre animales y escuderos.

51. Cada hermano caballero puede tener tres caballos y ninguno más sin el permiso del Maestre, debido a la gran pobreza que existe en la actualidad en la casa de Dios y en el Templo de Salomón. A cada hermano le permitimos tres caballos y un escudero; y si éste último sirve voluntariamente por caridad; el hermano no debería pegarle por los pecados que cometa.

Que ningún Hermano pueda tener una brida ornamentada.

52. Nosotros prohibimos seriamente a cualquier hermano que luzca oro o plata en sus bridas, estribos, ni espuelas. Esto se aplica si las compra; pero si le son regalados en caridad, los arneses la plata y el oro que sean tan viejos que no reluzcan, que su belleza no pueda ser vista por otros ni ser signo de orgullo: entonces podrá quedárselos. Pero si le son regalados equipos nuevos que sea el Maestre quien disponga de ellos como crea oportuno.

Sobre fundas de Lanza.

53. Que ningún hermano tenga una funda ni para su lanza ni para su escudo, pues no es ninguna ventaja, al contrario podría ser muy perjudicial.

Sobre las bolsas de comida.

54. Este mandato que establecemos es conveniente para todos y por esta razón exigimos sea mantenido de ahora en adelante, y que ningún hermano pueda hacerse una bolsa para comida de lino o lana, o de cualquier otro material que no sea profinel.

Sobre la Caza.

55. Prohibimos colectivamente que ningún hermano cace un ave con otra. No es adecuado para un religioso sucumbir a los placeres, sino escuchar voluntariamente los mandamientos de Dios, estar frecuentemente orando y confesar diariamente implorando a Dios en sus oraciones el perdón de los pecados que haya cometido. Ningún hermano puede presumir de la compañía de un hombre que caza a un ave con otra. Al contrario es apropiado para un religioso actuar simple y humildemente sin reír ni hablar en demasía, con razonamiento y sin levantar la voz. Y por esta razón, disponemos especialmente a todos los hermanos que no se adentren en el bosque con lanzas ni arcos para cazar animales, ni que lo hagan en compañía de cazadores, excepto promovidos por el amor a salvaguardarlos de los paganos infieles. Ni deberéis ir con perros, ni gritar ni conversar, ni espolear vuestro caballo solo por el deseo de capturar una bestia salvaje.

Sobre el León.

56. Es verdad que os habéis responsabilizado a entregar vuestras almas por vuestros hermanos, tal y como lo hizo Cristo Jesús, y defender la tierra de los incrédulos paganos, enemigos del hijo de la Virgen María. Esta mentada prohibición de caza no incluye en forma alguna al león, dado que viene sigiloso y envolvente a capturar su presa, con sus zarpas contra el hombre e id con vuestras manos contra él.

Cómo pueden tener propiedades y hombres.

57. Esta bondadosa nueva orden la creemos emana de las Sagradas Escrituras y de la divina providencia en la Sagrada Tierra del Este. Lo que significa que esta compañía armada de caballeros puede matar a los enemigos de la cruz sin pecar. Por esta razón juzgamos que debéis ser llamados Caballeros del Temple, con el doble mérito y la gallardía de la honestidad; que podáis poseer tierras y mantenerlas, villanos y campos y los gobernéis con justicia, e impongáis vuestro derecho tal y como está específicamente establecido.

Sobre los Diezmos.

58. Vosotros habéis abandonado las seductoras riquezas de este mundo y os habéis sometido voluntariamente a la pobreza; y por ello hemos resuelto que los que viváis en comunidad podáis recibir diezmos. Si el obispo de la localidad, a quien el diezmo se debería entregar por derecho, desea darlo en caridad; con el consentimiento del capítulo, puede donar esos diezmos que posee su Iglesia. Es más, si un plebeyo guarda los diezmos de su patrimonio para sí, y en contra de la Iglesia, y desea cederlos a vosotros lo puede hacer con el permiso del prelado y su capítulo.

Sobre hacer Juicios.

59. Sabemos, ya que lo hemos visto, que los perseguidores y amantes de peleas y dedicados cruelmente a atormentar a los fieles de la Sagrada Iglesia y a sus amigos, son incontables. Por el claro juicio del consejo, ordenamos que si alguien en los lugares del Este o en cualquier otro sitio os solicita parecer, por creyentes y amantes de la verdad debéis juzgar el hecho, si la otra parte accede. Este mismo mandato se aplicará siempre que algo os sea robado.

Sobre los Hermanos Ancianos.

60. Disponemos por consejo compasivo que los hermanos ancianos y débiles sean honrados con diligencia y reciban la atención de acuerdo con su fragilidad; y cuidados por la autoridad de la Regla en aquellos menesteres necesarios para su bienestar físico, y que en forma alguna se sientan afligidos.

Sobre los Hermanos Enfermos.

61. Que los hermanos enfermos reciban la consideración y los cuidados y sean servidos según las enseñanzas del evangelista y de Cristo Jesús: Infirmus fui et visitastis me. Que significa: ‘ Estuve enfermo y me visitaste’; y que esto no sea olvidado. Porque aquellos hermanos que están dolientes deberán ser tratados con dulzura y cuidado, porque por tal servicio, llevado a cabo sin titubear, ganareis el reino de los cielos.
Por lo tanto pedimos al Enfermero que sabia y fervientemente provea lo necesario a los diversos hermanos enfermos, como carne, viandas, aves y otros manjares que los retornen a la salud, según los medios y posibilidades de la casa.

Sobre los Hermanos Fallecidos.

62. Cuando un hermano pase de la vida a la muerte, algo de lo que nadie está excluido, digáis misa por su alma con misericordioso corazón, y que el divino oficio sea ejecutado por los curas que sirven al rey. Vosotros que servís a la caridad por un tiempo determinado y todos los hermanos que estén presentes frente al cadáver rezareis cien paternosters durante los siete siguientes días. Y todos los hermanos que están bajo la orden de la casa del hermano fallecido rezaran los cien paternosters, como se ha dicho anteriormente; después de conocerse la muerte y por la misericordia de Dios.

También rogamos y ordenamos por autoridad pastoral que un mendigo sea alimentado con carne y vino durante cuarenta días en memoria del hermano finado, tal y como lo hiciera si estuviera vivo. Nosotros explícitamente prohibimos todos los anteriores ofrecimientos que solían hacer por voluntad y sin discreción los Pobres Caballeros del Templo ante la muerte de hermanos, en la celebración de Pascua u otras fiestas.

63. Es más, debéis profesar vuestra fe con pureza de corazón de día y de noche para que puedan comparaos, en este aspecto, con el más sabio de los profetas, que dijo: Calicem salutaris accipiam. Que quiere decir: ‘Yo beberé de la copa de salvación.’ Lo cual significa: ‘Vengaré la muerte de Cristo con mi muerte. Porque de la misma manera en que Cristo Jesús dio su cuerpo por mí, de la misma forma estoy preparado para dar mi alma por mis hermanos.’ Esta es una ofrenda apropiada; un sacrificio viviente y del agrado de Dios.

Sobre los Sacerdotes y clérigos que sirven a la Caridad.

64. La totalidad del concilio en consejo os ordena rendir ofrendas y toda clase de limosnas sin importar el modo en que puedan ser dadas, a los capellanes y clérigos y a los que restan en la caridad por un tiempo determinado. Siguiendo los mandatos de Dios nuestro Señor, los sirvientes de la iglesia pueden solo recibir ropa y comida, y no pueden presumir de poseer nada a menos que el Maestre desee dárselo por caridad.

Sobre los Caballeros seglares.

65. Aquellos que por piedad sirven y permanecen con vosotros por un tiempo determinado son caballeros de la casa de Dios y del Templo de Salmón. Por lo tanto con piedad rezamos y así disponemos finalmente que si durante su estancia, el poder de Dios se lleva a alguno de ellos, por amor a Dios y propio de la fraternal misericordia, un mendigo sea alimentado durante siete días para la salvación de su alma, y cada hermano en esa casa deberá rezar treinta paternosters.

Sobre los Caballeros Seglares que Sirven por tiempo determinado.

66. Ordenamos que todos los caballeros seglares que deseen con pureza de corazón servir a Cristo Jesús y la casa del Templo de Salomón por un periodo determinado que adquieran, cumpliendo con la norma, un caballo y armas adecuados y todo lo necesario para la tarea. Es más, que ambas partes den un precio al caballo y que este precio quede por escrito para no ser olvidado; y dejad que todo lo que el caballero, su escudero y su caballo necesiten, provenga de la caridad fraternal según los medios de la casa. Si durante ese tiempo determinado, ocurre que el caballo muere en el servicio de la casa, si la casa lo puede costear, el Maestre lo repondrá. Si al final de su estadía, el caballero desea regresar a su país, deberá dejar en la casa por caridad, la mitad del precio del caballo, y la otra mitad puede, si lo desea, recibirla de las limosnas de la casa.

Sobre la Promesa de los Sargentos.

67. Dado que los escuderos y sargentos que deseen caritativamente servir en la casa del Temple, por la salvación de su alma y por un periodo determinado, vienen de regiones muy diversas, es prudente que sus promesas sean recibidas, para que el enemigo envidioso no los haga arrepentirse y renunciar a sus buenas intenciones.

Sobre las Capas Blancas.

68. Por unánime consenso de la totalidad del capítulo, prohibimos y ordenamos la expulsión, por vicioso, a cualquiera que sin discreción haya estado en la casa de Dios y de los Caballeros del Temple. También, que los sargentos y escuderos no tengan hábitos blancos, dado que esta costumbre ha traído gran deshonra a la casa; pues en las regiones más allá de las montañas falsos hermanos, hombres casados y otros que fingían ser hermanos del Temple las usaron para jurar sobre ellas; sobre asuntos mundanos. Trajeron tanta vergüenza y perjuicio a la Orden de Caballería que hasta sus escuderos se rieron; y por esta razón surgieron muchos escándalos. Por tanto, que se les entreguen hábitos negros; pero si éstos no se pueden encontrar, se les deberá dar lo que se encuentre en esa provincia; o lo que sea más económico, que es burell.

Sobre hermanos Casados.

69. Si hombres casados piden ser admitidos en la fraternidad, favorecerse y ser devotos de la casa, permitimos que los recibáis bajo las siguientes condiciones: al morir deberán dejar una parte de sus propiedades y todo lo que hayan obtenido desde el día de su ingreso. Durante su estancia, deberán llevar una vida honesta y comprometerse a actuar en favor de sus hermanos, pero no deberán llevar hábitos blancos ni mandiles. Es más, si el señor fallece antes que su esposa, los hermanos se quedarán solo con una parte de su hacienda, dejando para la dama el resto, a efecto de que pueda vivir sola de ella durante el resto de su existencia; puesto que no es correcto ante nosotros, que ella viva como cofrade en una casa junto a hermanos que han prometido castidad a Dios.

Sobre Hermanas.

70. La compañía de las mujeres es asunto peligroso, porque por su culpa el provecto diablo ha desencaminado a muchos del recto camino hacia el Paraíso. Por tanto, que las mujeres no sean admitidas como hermanas en la casa del Temple. Es por eso, queridos hermanos, que no consideramos apropiado seguir esta costumbre, para que la flor de la castidad permanezca siempre impoluta entre vosotros.

Que no tengan intimidad con mujeres.

71. Creemos imprudente para un religioso mirar mucho la cara de una mujer. Por esta razón ninguno debe atreverse a besar a una mujer, sea viuda, niña, madre, hermana, tía u otro parentesco; y recomendamos que la caballería de Cristo Jesús evite a toda costa los abrazos de mujeres, por los cuales muchos hombres han perecido, para que se mantengan eternamente ante Dios con la conciencia pura y la vida inviolable.

No ser Padrinos.

72. Prohibimos que los hermanos, de ahora en adelante, lleven niños a la pila bautismal. Ninguno deberá avergonzarse de rehusar ser padrino o madrina; ya que esta vergüenza trae consigo más gloria que pecado.

Sobre los Mandatos.

73. Todos los mandatos que se han mencionado y escrito aquí, en esta Regla actual están sujetos a la discreción y juicio del Maestre.
Estos son los Días Festivos y de Ayuno que todos los Hermanos deben Celebrar y Observar.

74. Que sepan todos los presentes y futuros hermanos del temple que deben ayunar en las vigilias de los doce apóstoles. Que son: San Pedro, San Pablo, San Andrés, San Jaime, y San Felipe; Santo Tomás, San Bartolomé, San Simón y San Judas Tadeo, San Mateo. La vigilia de San Juan Bautista; la vigilia de la Ascensión y los dos días anteriores; los días de rogativas; la vigilia de Pentecostés; las cuatro Témporas; la vigilia de San Lorenzo, la vigilia de Nuestra Señora de la Ascensión; la vigilia de Todos los Santos; la vigilia de la Epifanía. Y deberán ayunar en todos los días citados según la disposición del Papa Inocencio en el Concilio de la ciudad de Pisa. Y si alguno de los días de ayuno cae en Lunes, deberán ayunar el Sábado anterior. Si la Natividad de Nuestro Señor cae en Viernes, los hermanos comerán carne en honor de la fiesta. Pero deberán ayunar en el día de San Marcos debido a las Letanías: porque así ha sido establecido por Roma para los hombres mortales. Sin embargo, si cae durante la octava de Pascua, no deberán ayunar.
Estos son los Días de Ayuno que deberán ser observados en la Casa del Temple.

75. La natividad de Nuestro Señor; la fiesta de San Esteban; San Juan Evangelista; los Santos Inocentes; el octavo día después de Navidad que es el día de Año Nuevo; la Epifanía; Santa María Candelaria; San Matías Apóstol; la Anunciación de Nuestra Señora en Marzo; Pascua y los tres días siguientes al día de San Jorge; los Santos Felipe y Jaime, dos apóstoles; el encuentro de la Vera Cruz; la Ascensión del Señor; Pentecostés y los dos días siguientes; San Juan Bautista; San Pedro y San Pablo, dos apóstoles; Santa María Magdalena; San Jaime Apóstol; San Lorenzo; la Ascensión de Nuestra Señora; la natividad de Nuestra Señora; la Exaltación de la Cruz; San Mateo Apóstol, San Miguel; Los Santos Simón y Judas; la fiesta de Todos los Santos; San Martín en invierno; Santa Caterina en invierno; San Andrés, San Nicolás en invierno; Santo Tomás Apóstol.

76. Ninguna de las fiestas menores se debe observar en la casa del Temple. Y deseamos y aconsejamos que se cumpla estrictamente: todos los hermanos del Temple deberán ayunar desde el Domingo anterior a San Martín hasta la Natividad de Nuestro Señor, a menos que la enfermedad lo impida. Si ocurre que la fiesta de San Martín cae en Domingo, los hermanos no tomarán carne el Domingo anterior.

Contacta con Heraldaria

Dirección

Avenida Juan Pablo II, 64
50009 Zaragoza (Reino de España)
(Solo se atenderá con cita previa)

Teléfono - Mail

+34 679 96 73 07

heraldaria@gmail.com

Horarios

Mañanas: lunes a viernes de 10 a 14 h.
Tardes: lunes a jueves de 16 a 19 h.